lunes, 15 de diciembre de 2008
Así fue...
jueves, 4 de diciembre de 2008
La demanda culinaria de la nalga.
2. Acto único.
3. Epílogo.
lunes, 24 de noviembre de 2008
Y tú ¿quieres a Carlos? (o fábula del peregrino en su patria).
"Sólo lo fugitivo permanece y dura."
Fco. de Quevedo y Villegas (evocado esta noche por Carlos Fuentes).
A la salida del (metro) Auditorio, en esa franja flébil que divide el fasto popular de la primera sección de Chapultepec con sus tortas de queso de puerco que, en los días previos al advenimiento de los nuevos pesos, solían cotizarse en la friolera de tres por mil y con sus tradicionales idas de pinta a remar; la mnemotecnia rencorosa que anida en Molino del Rey y, finalmente, el deseo, nunca del todo satisfecho al ras exigente e implacable de sus propias expectativas, de una zona reservada al grande ornato, la pompa y el lujo extraordinarios que pudiera evocar por sí sola la palabra Polanco: símbolos intemporales (los tres) de las debilidades características de nuestro espíritu mestizo e inclinado naturalmente a la dominación; decidimos ---la Esposita, mi Cuña'a y yo--- asentar las palabras de CarlosFuentescumpleochentaaños con unas guajolotas, unos esquites o, ya de perdis, unos minipanes.
miércoles, 5 de noviembre de 2008
Miscelánea.
martes, 7 de octubre de 2008
De oídas: la homosexualidad.
La verdad es que ni él mismo sabía cómo empezó todo, pero uno le hablaba de Plaza Universidad o de Plaza Satélite o, peor aún, de Perisur y podía comprobar un cambio inmediato en sus facciones, en el desenvolvimiento natural de sus manos, en la postura de sus piernas, en su humor. Aunque uno aludiera casualmente a cualesquiera de estos sitios, ya lejanos en el devenir urbanístico de la ciudad y por lo mismo impregnados de un exotismo añejo y desleído que ahora no podemos abarcar, mucho menos comprender, era indudablemente perceptible que algo se había operado bajo la superficie de ese desdén marcado y casi profesional con el que arrostraba los últimos mese de la sentencia que se había convertido para él vivir en sociedad, en esta zoociedad mexicana y en particular defeña, por la que había transitado incomprendido y acosado, rara avis de todas sus reglas de convivencia social.
El punto de arranque es que a principios de los ochenta, la homosexualidad no se discutía ---¡mucho menos se ejercía!--- abiertamente en la ciudad de México: ser gay aquí equivalía a matricularse en una cofradía invisible que surcaba los bajos fondos buscando establecer sus espacios, conquistando en medio de prostitutas, dealers y hampones, y las más de las veces a punta de chingadazos, secuestros, asesinatos y cualquier cantidad de vejaciones homofóbicas imaginables, el derecho a una identidad y respeto propios que la mayoría del resto de los defeños le negaba abierta o veladamente a la incipiente comunidad. ¿He dicho incipiente? Pues me equivoco, porque está claro que jotitos siempre ha habido en esta muy noble y leal: sin echar a volar la memoria muy lejos, piense usted en el incidente de la calle de la Paz el 20 de noviembre de 1901, en el que inclusive se rumoró que estuvo involucrado el yerno del general Díaz y que fue sólo gracias a éste que el indiciado evitó el encarcelamiento, la humillación y el destierro que sufrieron los demás participantes y cuya única herencia e impronta palpables se reduce a unos cuantos grabados de Posada, por cierto no de los mejores, y el cuarentaiuno como sinónimo popular de la homosexualidad.
¿Cómo fue que se involucró Nacho en todo esto? Permítame tantito: un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo. Le estaba diciendo que para cuando nació Perisur, es decir, en 1980, los mariquitas ---que aún no contaban con la grandilocuencia complaciente que vendría a homogenizarlos después bajo el calificativo de homosexuales o gays--- seguían asomándose y avanzando, palmo a palmo y no sin pasos titubeantes, en algunos rincones más permisivos de nuestra ciudad. Sí, sí, sí, es cierto que Nancy Cárdenas ya le había abierto un boquete tremendo a la zoociedad mexicana al ventilar abiertamente su lesbianismo con Jacobo en mil novecientos sesentaitantos; pero ¡quién como ella que ya desde 1954 era locutora de radio y reconocidísima actriz de teatro! Nadie, nomás ella y Monsi, que ya empezaba a descollar como escritor. Pero bueno, me estoy desviando y le decía que uno de los primeros fue la Zona Rosa. ¡Qué bárbaro! ¡Tenía todo el ímpetu de ser el lugar de moda y más chic de la ciudad en los setenta! ¿Y el nombre? ¿Qué me dice usted del nombre? Verdad de Dios que fue una de las cosas más pinches sesudas que se le pudieron ocurrir al Cuevas. Sí, yo no creo lo que dicen algunos de que el término lo acuñó Agustín Barrios Gómez. ¿Qué cómo estuvo lo de Cuevas? Bueno, él decía que era una zona roja de noche y blanca de día ¿qué obtenemos entonces? Pues la zona rosa, a güevo... Pero no, dispénseme, me dejé llevar. Bueno, sin más ni más, yo conocí a Nacho cuando éste trabajaba en una tienda de ropa en la Zonaja y mi hermana era modelo exclusiva de Love ---¿o era de Lovable?---. Nuestros caminos se cruzaron un día porque mi padre me obligaba a ir por ella a su trabajo, o adondequiera que la hubiesen asignado para los desfiles de pasarela o sencillamente porque el perro de su jefe se quería regodear admirándole las nalgas, cuando la hora de salida de éste rebasaba las dieciocho horas. Lloviera, tronara o relampagueara, ahí tenía que estar yo para escoltarla de regreso a la seguridad del seno familiar. No, no voy a decir que esta función que me endilgaban estaba exenta de compensaciones, al contrario: casi siempre después de un desfile o una presentación, solía obsequiarse a los asistentes con un brindis, canapés o cualquier otra bagatela por el estilo. Sí, tiene usted razón, era como si la clase media mexicana, único receptor de la movilidad social causada por la bonanza económica de entonces, estuviera degustando los últimos tiempos del banquete de Damocles, indiferente al peligro que pendía ya sobre sus cabezas. ¡En fin! En aquella ocasión, el local que hospedaba al evento, asistentes y participantes, era precisamente en el que trabajaba Nacho.
Así que entré y lo vi. Aun antes de preguntarme dónde podía estar mi hermana o con quién, me sorprendió la limpidez que se destacaba en el trasfondo mismo de ese joven de escasos veinte años, de cabello corto sólidamente envaselinado, rasurado perfecto y enfundado en un príncipe de Gales cruzado y que complementaba una discreta corbata azul con franjas grises, de esas a las que por sus proporciones se les llamó lenguas de vaca. Porque no está por demás recordar que en aquellos ayeres los vendedores, al igual que casi todos los empleados en cualesquiera ramas de la actividad económica nacional, vestían obligatoriamente de traje. Pero no, miento, no lo vi: nos vimos y fue él el que inmediatamente se acercó a preguntarme si podía ayudarme en algo. Le dije que no y agregué mecánicamente qué era lo que me había conducido hasta allí y a quién estaba buscando, a lo que agregó sin perder su sonriente dejo hospitalario inaugural que las chicas todavía tardarían un poco en salir porque no les habían pagado el día.
Para cuando mi hermana y sus compañeras de trabajo empezaron a salir tras cortinas, la tienda estaba prácticamente desierta y a oscuras, a excepción de Nacho, otro chico que afanosamente realizaba el corte de caja y los dos guardias, que por la gentil y no del todo impredecible intercesión del primero me habían dejado permanecer en el establecimiento y sobrellevar así mi espera. Uno no podía dejar de preguntarse qué sustancia imbuía tan buenos ánimos en ese tropel de figurines que, de pronto, todo parecía transfigurado en un fragor de propuestas inconexas y libres de toda relación entre sí, acerca de dónde concluiríamos tan exitosa velada; porque sí, éste era uno más de los privilegios aludidos de manera por demás reticente de mi parte. Sin embargo, mi sorpresa ascendió aún otro nivel justo cuando me percaté que Nacho y mi hermana cuchicheaban a espaldas mías, en franco intercambio de risitas por parte de él y risotadas por parte de ella. ---¿Adónde? Pues pregúntale aquí a mi hermanito que ya vi que le echaste el ojo... ---fue lo único que alcancé a distinguir en el batiburrillo imperante. ¡Claro!, para entonces he de confesarle que por mí parte ya había trabado conversación con un lechuguino que no paraba de arremedar a Salvador Novo y que insistía vigorosamente en que debíamos desplazarnos al autocinema del Valle, para lo cual nomás había que arreglárnoslas para ajustar a toda la concurrencia, que en ningún caso parecía exceder de quince personas, sin contar por supuesto a los guardias, en los automóviles con los que contábamos y que no eran más de tres, incluido el jodidísimo Borgward en que venían estos.
Finalmente se decidió trasladar a los tertulios al apartamiento que ocupaba una de las chicas en el multifamiliar Juárez.
Lo que no puedo recordar claramente, y créame que lo he repensado gran cantidad de veces, es todo lo que intempestivamente se desató a partir de entonces: cómo nos las arreglamos para llegar al edificio A1 del Juárez, quiénes fueron los que finalmente jalaron con nosotros, porque usted sabe que nunca falta quien se desmarque de cualquier actividad que involucre a tan exótica concurrencia; sí, más por aquel entonces, aunque sí sé que estaba presente uno de los guardias que hasta hizo striptease, de dónde fue que se obtuvo tantísimo alcohol y, sobre todo, cómo fue que terminé en una de las recámaras aparejado con el tal Nacho. Naturalmente mi hermana ya se había ido y si conoció o no el amor aquella noche y con quien perdió es algo de lo que nunca hablamos. ¿Qué por qué se había ido? Porque tenía que llegar imperiosamente a la casa antes de que se levantaran a misa nuestros padres y acallar así cualquier suspicacia. ¿Qué si le preguntaban por mí? Pues yo traía mi coche y lo más fácil era decir, e inclusive dejar que supusieran, que me había escapado temprano con alguno de mis amiguitos a San Ángel o Xochimilco: era mucho menor la regañina por no ir a misa que por no haber llegado a dormir toda la noche.
No, no me esperé a que despertara el angelito. Discretamente recogí mis cosas, inventarié mis pertenencias, me aseé sin hacer ruido alguno y me fui. ¿Qué hasta cuándo lo volví a ver? Si la memoria no me falla, esto ocurrió a los pocos días de la marcha convocada por el Frente Liberación Homosexual para conmemorar los diez años de la noche de Tlatelolco. No, yo no fui a la marcha. ¿Por qué? Porque todavía vivía en casa de mis padres y aunque ya había terminado la universidad, mi trabajo en el departamento de contabilidad del París Londres de avenida Insurgentes aún no fructificaba con la suficiente generosidad como para establecer mi propio apartamiento. De hecho, tendrían que pasar casi dos sexenios para que finalmente pudiera tener mi espacio y, por consiguiente, gozar de una pareja estable. ¿Por qué? Pues si con duras penas me alcanzaban los centavos durante los gobiernos de Jolopo y de la Madrid, ¿cómo iba a hacerle mi madre con la misérrima pensión de mi padre? Sí, mi padre murió a los pocos días del último informe de Jolopo. Sí, aquél de “soy responsable del timón, pero no de la tormenta”. ¡Qué bueno que ya no vivió para ser partícipe de la catástrofe que vendría después! ¿No cree? En cuanto a nosotros, su muerte nos galvanizó el sentimiento de pérdida irrevocable que ya se respiraba en el país desde hacía algunos años; sí, era como si asistiéramos a la confirmación de que todas las esperanzas que había depositado la clase media en la repartición que seguiría ineludiblemente a la “administración de la abundancia”, nunca se realizarían. ¿Qué si ya sabían en mi casa de mi homosexualidad? Fíjese que bien a bien nunca lo sabré. Sí, claro, mi hermana ya sabía; pero nos solapábamos mutuamente todos nuestros deslices y hasta el último día de su vida, podría asegurar que no compartió nada de esto con mis padres. ¿Qué de qué murió? Fue una de las primeras víctimas de sida en México, allá por el ochentaitrés.
Pero bueno, usted está aquí para saber de Nacho y su marcada debilidad por los centros comerciales ¿o no? Pues como le decía, lo volví a ver en octubre del setentaiocho y en las circunstancias más inverosímiles que cabría imaginar. Aguánteme y le platico: como ya le había comentado, yo trabajaba en la gran boutique que estuvo en Insurgentes sur y en algunas ocasiones, a falta de alguien ubicado más abajo en la escala jerárquica del departamento de contabilidad, mis funciones incluían recabar las notas de venta a crédito (o vouchers) para su posterior registro: las ganancias se registran en cuanto se realizan y las pérdidas en cuanto se conocen ¿o era al revés? ¡Cómo sea! Así que mi trabajo incluía, de vez en vez, andar pajareando por los distintos departamentos de la tienda y esto conllevaba también una comunicación de arriba a abajo, a todo lo largo de la estructura organizacional, de la que muy pocos empleados disfrutábamos. No, no, no, por experiencias anteriores yo ya sabía que en el trabajo había que adoptar siempre una actitud varonil y esto incluía, entre muchas otras cosas, hacerle la corte a buena parte de las vendedoras, que no dejaban de verlo a uno como pase de salida a las tan-anheladas-por-aquel-entonces esferas de la dominación conyugal. Para no hacerle el cuento largo, en una ocasión estaba yo platicando con una de estas chicas en el departamento de caballeros, cuando una de sus compañeras, visiblemente alterada y trompicando a causa de los tacones que traía puestos, llegó demandando a gritos que llamáramos a seguridad y a la Cruz Roja, “que a un cliente le estaba dando un ataque en los probadores y no había forma de abrir la puerta” (me acuerdo bien) que todos suponíamos estaba cerrada por dentro.
Cuando llegué a los probadores ya se había instalado el inexorable corrillo de curiosos, integrado no sólo por clientes, sino hasta por empleados de otros departamentos, que hacían el acceso imposible y prácticamente lo sometían a uno a la tiranía del rumor de aquellos que se habían apostado primero: “¡Qué asco!”, “¡es simplemente inconcebible que ocurran cosas así en una tienda decente como ésta!”, “sí, parece que ya los van a sacar”, “son unos enfermos, ¡degenerados que no tienen cura!”, “¡a todos ellos deberían encerrarlos en las islas Marías! Allá que hagan las cochinadas que quieran”, “¡cerdos!”, “sí, porque hasta dicen que puede ser contagioso”, “pero que alguien me explique cómo es que pueden dejar entrar a gentuza como ésa aquí”, “¿qué tanto les harán que ya se tardaron?”, “¡deja eso hija que nos vamos inmediatamente a otra parte!”, “a mí se me hace que venían contigo”, “¡cállate animal!”, “jóvenes, esto es serio”, “te lo dije, la culpa de todo esto la tiene la minifalda”, “ya no hay moral ¿adónde iremos a parar?”, “¡guácala! Que desperdicio”, “niña, sólo cerciórate que ni ellos ni los policías se lleven nada. Sí, nunca sabes”. Luego los sacaron de los probadores. Eran dos hombres jóvenes, de cabello largo, que iban con las muñecas esposadas por detrás y cada uno era custodiado por un azul que blandía amenazadoramente su tolete sobre sus cabezas. Tenían claras huellas de golpes y uno de ellos, que iba delante, caminaba cabizbajo. No así Nacho que recorría el pasillo que había formado la gente con su sonrisita inamovible, cálida y simple que sin duda muchos interpretaron como insignia de desafío y provocación. Era como un niño pequeño que había sido sorprendido por primera vez con su mano en la caja de galletas, ajeno por igual a los hechos y sus consecuencias. Desde luego todos estábamos lejos, muy lejos, de saber qué tan novel era Nacho en sus búsquedas de amor furtivo, comprensión velada o simplemente sexo, en una sociedad que perpetúa su propia inmovilidad granítica volcándose, sofocante y silenciosa, sobre todas aquellas cosas cuya amenaza intuye, aun minúsculamente, para extinguirlas bajo el peso casi siempre desproporcionado de las reacciones de sus integrantes...
...Ya que sin anticipación ni nadie que hiciera lo más mínimo por impedirlo, uno de los curiosos aprovechó su cercanía con Nacho para golpearlo arteramente en los testículos y justificarse: “pinche puto”.
Por aquel entonces comencé a colaborar con diversas organizaciones no gubernamentales que protestaban por los asesinatos de homosexuales y defendían el derecho a la diversidad sexual. Fue a través de las labores de prevención del sida y las movilizaciones encaminadas a evitar la discriminación social de los infectados con VIH que reencontré a Nacho. ¿De veras quiere saber cómo fue? Tenga muy presente que habían pasado más de diez años desde el incidente del París Londres que le relaté e imagínese qué habían logrado todos estos abusos y maltratos en el temperamento de Nachito. Pues sí, no voy a mentirle diciéndole que fue agradable lo que encontré. Ocurrió en el cine Teresa. Sí, desde siempre había gozado de renombre para los encuentros casuales de cualquier orientación sexual en la oscuridad impasible de sus salas, mismos que solían consumarse precipitadamente en los sanitarios del lugar. Si alguna vez llegó a ir, ¿no? Entonces le cuento: muchas de las mamparas que separaban los escusados entre sí, estaban horadadas a distintas alturas para el que quisiera servirse de ellas ya activamente, ya pasivamente. La mayoría de las ocasiones uno no sabía ni remotamente con quien había perdido. ¿Le repulsa? ¿no? Pues imagínese ahora el problema de salud que representaba en términos de la transmisión del VIH-sida el no contar con una máquina expendedora de condones allí. Sí, así es, en ese año un compañero de la ONG y yo nos propusimos proveer de preservativos a la mayor cantidad posible de los usuarios del lugar y, como normalmente suele ocurrir en estos casos, la oposición más enconada a nuestra iniciativa provino de los dueños del mismo, que se negaban a reconocer la existencia de estas prácticas al interior de su establecimiento.
Hasta que un buen día recibimos una llamada en la que nos informaban que habían encontrado en los baños del Teresa un fulano medio muerto al que le habían propinado una golpiza inmisericorde: en efecto, estoy hablando de Nacho una vez más.
jueves, 25 de septiembre de 2008
El vate popular ataca...
País teñido de verde
Más para quien tiene más,
martes, 23 de septiembre de 2008
El infalible manco hacedor de esquites (o la historia de Albino García según el Fran').
viernes, 29 de agosto de 2008
Sintomatología de la desigualdad II.
- A las exequias oficiadas en la parroquia de la Sta. Cruz del Pedregal asistió la pareja presidencial formada por Felipe Calderón y Margarita Zavala. La pasarela incluyó el desfile del maratonista Roberto Madrazo, el honorable Lino Korrodi, así como los actores César Costa y Manuel Landeta y el otrora dueño de las tiendas Gigante, Ángel Losada. Naturalmente resta indagar y ensalzar las virtudes que invisten al doliente de semejantes privilegios y lo colocan por encima de cientos, aun miles de mexicanos que rumian en silencio su impotencia ante la inseguridad y la consabida lentitud en la impartición de justicia. ¿O qué? ¿Basta con que perlas pendan de la piara para que los lechones los llore hasta el porquero? ¡Ay, qué dulce es la plutocracia!
- La respuesta del titular del Ejecutivo para inhibir la fructífera industria del secuestro revela una profunda ingenuidad y acaso subraya una mezcla de desconocimiento e indiferencia sobre lo que viven, día a día, aquellos mexicanos batidos por la delincuencia rampante que azota a nuestro país y a los que aludía al final del inciso anterior: ni la cadena perpetua ---la cual ya se aplica de facto a secuestradores---, ni la pena de muerte ---el delito de Estado--- son medidas disuasivas eficaces en ningún caso. ¡Pero tampoco lo son las marchas sensibleras que solazan el apetito cursi de las televisoras! El único remedio perdurable de estos males reside en el fin de la impunidad y por ende, en una impartición pronta de la justicia. Sin embargo nadie, ni los organizadores de la marcha Iluminemos México (sic), ni persona alguna en el gobierno o la iniciativa privada ha puesto el dedo en la llaga. ¿Somos víctimas nuevamente de nuestra vanidad mediática?
lunes, 25 de agosto de 2008
Responso.
Arañada por la sal y los sargazos,
hendida por el coral que creció en tu espalda
y amenazó tu respiración de incienso,
tu sonrisa inacabada
y tus ojos,
que en su interior soñaban con ser dos amatistas,
tu piel
se estremecía con la convicción irrenunciable del incendio,
con su pulso imperceptible de relámpago
y su lenguaje
de infamia y de ceniza:
porque morir
como un puñado de sangre que desvanece el sol
era lo único
que podía ofrecer la vida a tu pensamiento delirante
que alguna vez abrigó jazmines y soñó palomas.
No así tu cama de hospital
donde rendiste la vida
como una moneda de denominación inútil;
tampoco la soledad de témpano
en que flotaba tu mirada
como un desecho no reciclable.
No,
no dejaste que la vida escatimara tu sed ferina
de vacío,
de olvido,
de silencio
ni un instante.
Y tu conciencia se deslió como una brizna de humo entre tinieblas.
sábado, 26 de julio de 2008
En el modo de agarrar el taco, se conoce el que es tragón.
Naturalmente uno podría a partir de este punto, decantar la sabiduría ancestral y venerable de todas aquellas ancianas hábiles para curar el empacho mediante fomentos, cataplasmas, tés de piedra pómez u oraciones transmitidas celosamente en año nuevo; sin embargo, en esta ocasión no quiero ensalzar el remedio, sino aquello que nos propende al vicio.
2. Gusto con gusto, siempre es gusto.
Aunque no abundan las fuentes en lo que a cocina prehispánica se refiere, Sahagún rescata en su monumental Historia general de las cosas de la Nueva España parte de los deleites culinarios originales de los antiguos moradores de ésta, la región más transparente, para que a más de cuatrocientos años de distancia los nuevos rehenes del valle de Anáhuac podamos comprobar impávidos cosas que indudablemente presentíamos: la virtual omnipresencia del maíz en los platillos registrados, así como la mención de guisados a base de chile combinado con carne de pescado, langostinos, ranas, gusanos de maguey u hormigas voladoras y a los que Sahagún denomina genéricamente cazuelas.
El primer Marqués del Valle de Oaxaca nos dice en su segunda relación y de manera más o menos directa con respecto a lo que hoy nos atañe, que en la plaza del mercado de Temixtitan:
Venden conejos, liebres, venados y perros pequeños que crían para comer, castrados. [...] Hay casas donde dan de comer y beber por precio. [...] Hay todas las maneras de verduras que se fallan, especialmente cebollas, puerros, ajos, mastuerzo, berros, borrajas, acederas y cardos y tagarninas. Hay frutas de muchas maneras, en que hay cerezas y ciruelas que son semejables a las de España. Venden miel de abejas y cera y miel de cañas de maíz, que son tan melosas y dulces como las de azúcar, y miel de unas plantas que llaman en las otras islas maguey que es muy mejor que arrope, y destas plantas facen azúcar y vino que asimismo venden. [...] Venden mucho maíz en grano y en pan, lo cual hace mucha ventaja ansí en el grano como en el sabor a todo lo de las otras Islas y Tierra Firme. Venden pasteles de aves y empanadas de pescado. Venden mucho pescado fresco y salado, crudo y guisado. Venden huevos de gallina y de ánsares y de todas las otras aves que he dicho en grand cantidad. Venden tortillas de huevos fechas.
---¿Tortillas de huevo en el corazón de la incipiente Nueva España? ¡Esto sí que es la hostia, tío!
3. A boca de jarro, sólo la china y el charro.
- El mexicanísimo bolillo ---otrora conocido como pan francés o pan Felipe--- es uno de los remanentes más cotidianos de la intervención francesa en nuestro país en el s. XIX. Junto con su pariente más cercana, la telera ---versión salada de la madeleine que tantas cosas desencadenara en Proust---, forma uno de los cuadros más distintivos de la gastronomía local. Me estoy refiriendo a los molletes, la capirotada y a ese universo inagotable bautizado como torta: ¿de tamal o de sopa de pasta o de pavo? ¿Cubana o toluqueña o suiza? ¡Es increíble todo lo que cabe entre dos mitades de pan!
- Los humeantes esquites y los tiernos elotes que nos aguardan fielmente en muchas esquinas de nuestra ciudad, no estarían completos sin su embarrada de mayonesa ---además de su queso rallado y su piquín--- que, a pesar de lo incierto de su origen, la mayoría están de acuerdo en señalar que provino de Francia, al igual que nuestro convidado anterior.
- Los cafés de chinos son una institución insuperable en lo que se refiere al cociente entre precio y cantidad; sin embargo, sin apelar al bolsillo, estos han dejado una profunda impronta en los capitalinos con su café lechero, sus bisquets, sus tacos de piña y, por supuesto, los panes que a falta de un nombre más evocativo se conocen como chinos. Naturalmente, la institución empieza a sufrir cambios y proliferan ahora ---lo mismo en Filomeno Mata que en el centro comercial recientemente inaugurado sobre Madero--- los bufés de chinos que comienzan a gozar de la misma condición institucional de sus predecesores y exactamente por el mismo motivo.
- A propósito del café, éste no llegó a nuestro país sino hasta 1790 cuando Antonio Gómez de Guevara lo introdujo en Córdoba, Veracruz, traído directamente de Cuba, lugar al que había arribado gracias a las manos de españoles, franceses e ingleses que lo introdujeron y dispersaron en el Caribe; así como holandeses (¡!) quienes plantaron los primeros cafetos en América ---en Surinam en 1714, para ser precisos---.
- Los peninsulares y por demás castizos churros han alcanzado alturas insospechadas en esta bienquista ciudad de los palacios: los hay rellenos de cajeta, leche condensada, chocolate y mermeladas de cuanto sabor concurra a las mientes. ¿Son las 4 de la madrugada y tiene Vd. antojo de unos churros con chocolate? No se preocupe, porque mientras el resto de los capitalinos duerme (o trabaja o estudia o hace lo que se le venga en gana), la churrería El Moro ---en eje central y república de Uruguay--- sin lugar a dudas se encuentra abierta.
La lista podría prolongarse, pero únicamente en detrimento de la virtud de los lectores, porque ¿quién que no leyó hasta aquí sintió agitarse los espíritus de la gula y salivar ante el peso implacable de la memoria? Ojalá que el placer de comer que nos ha acompañado a los rehenes de la muy noble y leal, siga tan vigoroso como siempre y efectivamente, nunca termine. ¡Provecho!
jueves, 17 de julio de 2008
Naturalmente la lluvia.
miércoles, 16 de julio de 2008
Partiendo plaza, el H. Alcalde de Guamúchil, Sinaloa, Jorge Casal González.
http://directorio.cdhdf.org.mx/informes/informe_news_divine.pdf
sábado, 10 de mayo de 2008
Ojo por ojo, todos acabaremos tuertos.
jueves, 1 de mayo de 2008
La suavidad de la Patria en primero de mayo y unas cuantas palabras a propósito del impacto que tiene este mes en la vida educativa del país.
Pocos deleites son equiparables a la suavidad con que nos obsequia esta urbe en días de asueto. Bástenos con mencionar que el tránsito, las aglomeraciones características del transporte público y la bulliciosa densidad del ambulantaje se aligeran drásticamente; asimismo, aquellos habitantes a los que la precariedad y estrechez económicas imponen voto de lealtad al Valle de México, aprovechan para reconciliarse con su yo gentil y en consecuencia, asistimos al espectáculo bienquisto de familias sonrientes que dan una vuelta por Chapultepec o la Alameda, asisten al Real Cinema ---que ya no existe con este nombre---, visitan la Basílica de Guadalupe, recorren la línea 4 del metro o, de perdis, se aperciben para la próxima función del Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL) en la Arena México (de a 50 las gradas, 60 el balcón).
(En otros confines de la ciudad, los centros comerciales bullen de consumidores ávidos y deseosos de transformar las horas-nalga en sus oficinas en productos que rara vez pueden utilizar, ya que se pasan todo el día en el trabajo; las señoras, enjaezadas, discuten el punto mientras se embozan con tazas de humeante café y los adolescentes se desperezan al mediodía con la cruda inexorable de quien reventó muy duro la noche anterior: "¿A quién chingados se le habrá ocurrido adelantar el sábado?")
miércoles, 30 de abril de 2008
Sintomatología de la desigualdad I.
2. Sus causas.