lunes, 15 de diciembre de 2008

Así fue...

Harto de lidiar con el sentido imperial con el que suele conducirse la burocracia mexicana ---específicamente aquélla de la Secretaría de Relaciones Exteriores---, volvía a casa el pasado domingo 7 ---¡lo que faltaba!--- arrastrando la frustración gastada que nos deja el salir victoriosos de cualquier trámite que emprendamos contra ésta: por un lado me incomodaba un prurito que insistía en la incoveniencia de tener que renovar un documento que amparase nuestra nacionalidad y aun la simple existencia de ésta; mientras que por el otro, me consumía la premura de tener que conseguir un boleto de avión a las 18 hrs. para salir al día siguiente a las 6. Como suele ocurrir en estos casos, la sede Tlatelolco del Centro Cultural Universitario barruntaba una tormenta y no asomaba por el contraflujo del eje central ni un puto trolebús.
Finalmente llegó el transporte ---hasta el güevo ¿cómo si no?--- y emprendimos la marcha hacia Bellas Artes: después de atravesar por abajo del Paseo de la Reforma, mi ánimo parecía proyectarse sobre el frenesí mediocre que desplegaban a esa hora los mariachis en Garibaldi, pero se recuperó al enterarse que Paquita ---sí, la del barrio--- iba a presentarse esa misma tarde en el Blanquita a lustrar el ajado brillo que revistió al lugar hace ya algunos ayeres.
Llegamos. Un malestar indescriptible me llenó el vientre al mirar la seguridad ferina con que equiparon los senadores su estacionamiento. Ni siquiera necesité mirar dentro de éste para contrastarlo con el panorama triste que exhibía la acera norte de avenida Hidalgo: vendedores de usado y de garnachas realizaban sus últimas transacciones, nerviosos ante la tinta que riega el ventarrón.
Antes de entrar al metro Bellas Artes, me eché en la plaza Santa Veracruz dos guajolotas de rajas. El tamalero, sin arredrarse un ápice, repartía a los comerciantes en fuga tamales y atoles de avena y cajeta desde la seguridad inestable de su triciclo. Bajé a los torniquetes buscando aspirar en el aire del crepúsculo la paciencia necesaria para viajar en esta línea en una tarde de lluvia.
Llegué a la taquilla y pedí una recarga de cien pesos: mi esposa y yo detestamos las colas.
---Usted sí sabe pa'que sirven estas tarjetas ---me espetó la taquillera mientras cogía el billete y el carné recargable. ---Luego viene la gente y me piden recargas de dos o cuatro pesos. Pa'cuando pasan los torniquetes ya no tienen recarga y ooootra vez se tienen que venir a formar.
---Pues sí, pero ya ve cómo es la gente ---respondí sin ganas de invertir demasiado cacumen en el asunto.
(No era bonita; sin embargo, mostraba orgullosa dos hileras de dientes parejitos y un trabajo de uñas que refrendaba el gusto que siempre hemos tenido los mexicanos por lo barroco. Su mirada estaba salpicada de chispa y bullicio, al igual que los castillos de fuego antes de la explosión final).
---¿Ve usted? Ya ni revisó su recarga. ¿Qué tal si nomás le pongo dos pesos y me quedo lo demás? ---Me dijo acusando mi distracción.
---Yo confío en usted, señorita. Si me puso nada más dos pesos, al rato me voy a acordar de usted... (Y de su pinche madre, pensé). ---Sin embargo, el no haber dejado traslucir ni la más mínima huella de este pensamiento fue, sin lugar a dudas, lo que desencadenó su respuesta final.
---¡Ah! En ese caso llévese su recarga y le voy a dar otra tarjeta con dos pesos nomás...
(¡Aaaarrrrrrroz!)

jueves, 4 de diciembre de 2008

La demanda culinaria de la nalga.

1. Proemio.
Cavilando sobre los impactos reales de la crisis financiera global en México durante el año que entra y la consiguiente capacidad para metamorfosearse de las sesudas observaciones de la clase política mexicana a este respecto ---la cual, por cierto, encuentra su exponente de mayores dimensiones, lo mismo en sentido estricto que figurado, en nuestro incomparable secretario de Hacienda, Agustín Carstens, quien aseveró con desparpajo e ingenuidad que estos no pasarían de ser un "catarrito" y, hoy por hoy, no deja de salmodiar y maravillarse por la buena, buenísima suerte que significaron (al menos para él, su causa y una buena parte de los que a estas alturas se habrían tatemado con los reflectores) las muertes de Juan Camilo y Carlos Abascal, la liguilla sin el América y la consabida violencia e inestabilidad que privan cada vez más cerca de esta muy noble y leal y que, dicho sea de paso, no parecen extinguirse con nada... ¡Claro!, salmodia y maravilla transcurren en un silencio p-r-u-d-e-n-t-e-m-e-n-t-e sepulcral y que sólo osaríamos perturbar con un episodio tan arrebatador y encendido como el que aquí anteponemos---.

2. Acto único.


Es verdad,

nadie osaría negarlo:

aunque llegue la Chatita y me pegase,

nadie osaría negarlo:

aunque llegue mi suegra Susi y reclamara,

nadie osaría negarlo:

aunque lleguen mi cuña'a y un tropel de tarzanes echando el anatema,

nadie osaría negarlo:

aunque mi mamá se escandalice por estas cosas,


nadie osaría negarlo:

aunque algún decreto prohibiera los ojos,

nadie osaría negarlo:

aunque quemen nuestras manos, arranquen nuestras uñas y salen nuestras lenguas,

nadie osaría negarlo:

aunque lo proscriban, so pena de arrancarnos los testículos a dentelladas,

nadie osaría negarlo,

aunque de tanto pegar el grito en el cielo, éste parezca un aviario de gritos y mentadas,

nadie osaría negarlo:

porque, indefectiblemente,

los hombres, rehenes de esta ciudad,

arden en una sed ávida de nalgas.
nal-ga-nal-ga-nal-ga-nal-ga-nal-ga...

Mira sus ojos, quebradizos, como reflejo de este valle anegado de polvo y desprecio en el que sólo florece la ceniza; míralos bien, porque también descubrirás otros ojos, estos llenos de sangre, contagiados de la fiebre que incuba el crimen y en cuyos párpados asoman colmillos en vez de pestañas.


(Pero no te engañes: todos, en el fondo, quieren nalga).

3. Epílogo.

Durante la última reunión del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, el fundador Klaus Schwab y el especialista Paul Krugman, premio Nóbel de economía 2008, resaltaron el carácter perfectamente inelástico de la oferta en el mercado internacional de la nalga y cómo, en el marco de las economías emergentes, un modesto suministro de ésta tiende a entorpecer los ciclos macroeconómicos más que a beneficiarlos y puede, en un escenario de volatilidad nalgaria, llegar a desquiciarlos por completo.
* * *
4. Pero ¿de dónde vino la inspiración?
Si las escaleras eléctricas que ascienden de ese purgatorio que es la línea 7 a la luz, no se mueven con el ímpetu y dinamismo que debieran ¿de quién es la culpa? ¿Del Gobierno del Distrito Federal que desvía recursos para financiar medidas populistas que algunos podrían acusar de demagogas? ¿Del gobierno del empleo que lo único que ha sabido es atiborrar el engranaje del comercio informal a expensas de entorpecer el transporte público, por ejemplo? No. Ni uno ni otro pueden demeritar ese instante que dura un suspiro y en el que alguna secretaria, profesionista, ama de casa o sexoservidora, bien dotada de carnes, concentra sobre sí lo más instintivo del género menos-culino ---porque, eso sí, está claro que el género más-culino es el de las mujeres--- y éste se emboba comiendo nalga.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Y tú ¿quieres a Carlos? (o fábula del peregrino en su patria).

Sólo lo fugitivo permanece: mi impresión del homenaje a CarlosFuentes en el Auditorio Nacional.

"Sólo lo fugitivo permanece y dura."

Fco. de Quevedo y Villegas (evocado esta noche por Carlos Fuentes).

A la salida del (metro) Auditorio, en esa franja flébil que divide el fasto popular de la primera sección de Chapultepec con sus tortas de queso de puerco que, en los días previos al advenimiento de los nuevos pesos, solían cotizarse en la friolera de tres por mil y con sus tradicionales idas de pinta a remar; la mnemotecnia rencorosa que anida en Molino del Rey y, finalmente, el deseo, nunca del todo satisfecho al ras exigente e implacable de sus propias expectativas, de una zona reservada al grande ornato, la pompa y el lujo extraordinarios que pudiera evocar por sí sola la palabra Polanco: símbolos intemporales (los tres) de las debilidades características de nuestro espíritu mestizo e inclinado naturalmente a la dominación; decidimos ---la Esposita, mi Cuña'a y yo--- asentar las palabras de CarlosFuentescumpleochentaaños con unas guajolotas, unos esquites o, ya de perdis, unos minipanes.

---Oye güey ¿por qué obra le dieron el Nóbel a Fuentes'n? ---Preguntó un adolescente ceñido por unos jeans entubados, fleco andrógino, zapatos de lona y una cazadora que parecía acompañarle desde su niñez, a otro joven, uniformado de manera no muy disímbola.

---¡No te cagues, güey! ---Respondió categórico el interpelado ---a Carlos Fuentes le dieron el Nóbel por trayectoria... Si serás pendejo, güey.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Miscelánea.

1. Sin más preámbulos, la Muerte.

El pueblo mexicano tiene dos obsesiones: el gusto por la muerte y el amor por las flores.
Carlos [Pellicer] (citado por Carlos [Monsiváis]).
Ahora deberíamos preguntarnos ¿qué ocurre cuando dichas obsesiones comparten un epicentro común como en el caso de la noticia que hoy ocupó todos los titulares, a saber, la muerte del delfín Juan Camilo? ¿Cuánta insistencia sobre ésta debe aplicarse no sólo para colmar la curiosidad obsesa de nuestro pueblo, sino para que las virtudes ensalzadas por la caterva política se materialicen más allá de toda duda y éste pueda unirse al unísono que asegura haber perdido a uno de los más patrióticos mexicanos, único héroe a la altura del arte? Porque de acuerdo con lo expresado por el C. Presidente, Felipe Calderón, al país debería embargarlo un sentimiento de pérdida equiparable al que resultó de la independencia de Texas, del Segundo Imperio o, ya de plano, de la guerra del cuarentaisiete.
2. Lo oí por ahí.
8:50 AM: En la línea 2 del metro con dirección Taxqueña, dos hombres gruesos, canos, de piel broncínea y manos callosas se dirigen a su trabajo (o vienen de él). Uno es alto, ligeramente estrábico y viste una chamarra de mezclilla y bufanda, muy gastadas, que contrastan con la integridad novedosa de su gorra de los titanes de Tennessee; el otro, un poco más bajo y enfundado en una chamarra con forro de zalea, lee uno de esos periódicos gratuitos que suelen repartirse en las primerísimas horas de la mañana a la entrada de algunas estaciones. Sospecho que deben conocerse entre sí, porque a diferencia de lo que ocurre con los demás pasajeros en rededor suyo, ninguno de los dos rehuye el contacto de su rodilla con la del otro, originado por sentarse con las piernas abiertas de par en par y como si cada una de sus botas pesara una tonelada. Yo voy sentado frente a ellos.
---¿Ya vistes? ---Dijo el que leía sin apartar la mirada del diario.
---¿Qué? ¿Qué quieres?
---Según esto, México perdió un mexicano inteligente ---aquí vino una pequeña pausa que se repitió sin cambios después de cada elemento de la enumeración---, leal, comprometido con sus ideales y con el país, honesto y trabajador.
---¡Mta! Ora todos son unos pinches santos ---musitó el interpelado asomándose a la plana aludida por su compañero---. Si todos son igual de pinches rateros, yo no sé qué tanto le hacen a la mamada.
3. El espacio para la especulación.
Ahora ¿dónde queda el amor por las flores con que Pellicer caracterizó la mitad de las obsesiones que ocupan al alma mexicana?
Bien podríamos seguir a Monsiváis en su exégesis del tabasqueño y decir que aquél se refleja en el gusto desmedido de los mexicanos por aparecer en las páginas de sociales: a este respecto el delfín Juan Camilo, desde sus días púberes en la más respetable sociedad campechana, parecía acogerse a la divisa de que para allegarse a la portada del Hola, Caras, o ya de perdis la revista Quién, había que merecerlo, no exigirlo. De este modo, siempre lo vimos impecablemente peluqueado, afeitado al ras, perfectamente hecha la manicura, vestido más como broker que como burócrata y extendiendo a cada paso la gloria metrosexual que en un domingo futbolero colmó su desfachatez yendo de pantalón de mezclilla y blazer al estadio olímpico universitario para ver jugar a los pumas (cf. http://quien.mediotiempo.com/lospoliticos/?p=29)
(Definitivamente los mexicanos que rebasan cierto nivel económico corren el riesgo de obsesionarse con el amor a las flores que representan ellos mismos).
Pero ¿qué ocurre con aquellos que no son convidados al banquete de las celebridades y medran en cambio dentro de la masa anónima que constituye la inmensa mayoría de la población? ¿Acaso ellos no sienten esa inclinación por las flores?
La respuesta es a todas luces afirmativa. Sólo que ellos sacian su gusto urdiendo las coronas, ofrendas, arcos votivos y ramilletes que engalan los acontecimientos de la minoría pujante y pudiente de la que hacíamos mención y debe representárselos en nuestra alegoría por el amanuense que redacta la plana de sociales, por aquel gacetillero que interpreta gestos, vocifera modas, anticipa desplantes, sospecha enlaces y, sobre todo, especula... ¿Especula? ¡He aquí una analogía que empata el gusto de los mexicanos por las flores con los jardines colgantes de Babilonia! Porque la especulación es prima hermana de ese deporte nacional que es el chisme y, naturalmente, una situación como la que aquí nos ocupa sirve más que de perlas a los fines de ambos. Ya desde la postura oficial, el C. Presidente nos da la puntilla diciendo en su comunicado de ayer que "mientras tanto, nos atenderemos a la información que vaya surgiendo de las pesquisas correspondientes". ¿Qué? ¿La desolación experimentada ante la pérdida del amigo era tal, que le daban ganas de fabricar unos cuantos culpables para desquitarse aplastándolos con todo el poder del Estado mexicano? Tampoco faltan voces que ya implican al narco y su prurito por deshacerse de José Luis Santiago Vasconcelos ---¡claro! A los muy pendejos se les fue la mano y cargaron también con el segundo a bordo--- y como la cábula no podía faltar, ya hay quien asegura, enarbolando motivos de seguridad nacional, que todo fue un teatrito para proteger a "un hombre cuyo talento, tacto y capacidad estratégica y de diálogo permitió que México avanzará (sic) en muchas de las muy importantes reformas que sean (resic) implementando (¡resic!) en el país y que hizo posible que el Gobierno avanzará (¡¡resic!!) en la consecución de sus objetivos para con los mexicanos."
4. Todo se ha perdido, menos el humor.
De acuerdo con el mensaje dirigido anoche a los medios de comunicación por el C. Presidente, el Gobierno Federal a su cargo "en coordinación con las instancias competentes realizará todas las investigaciones necesarias, a fin de averiguar a fondo las causas que originaron esta tragedia". (Naturalmente, el subrayado es mío).
Porque si hemos de atenernos a la competencia de las autoridades encargadas de las investigaciones y de la consecuente impartición de justicia en este país, nunca podremos estar siquiera seguros de que el Secretario de Gobernación abordó efectivamente el avión accidentado ---aunque los medios electrónicos ya hayan difundido imágenes que prueben lo contrario--- y no dudemos que pueda estar departiendo en Acapulco con Pedro Infante.
* * *
La versión estenográfica del referido mensaje (no exenta de los errores garrafales ya evidenciados) puede consultarse en:

martes, 7 de octubre de 2008

De oídas: la homosexualidad.

Con motivo del próximo día internacional de la lucha contra el sida.
1.
La verdad es que ni él mismo sabía cómo empezó todo, pero uno le hablaba de Plaza Universidad o de Plaza Satélite o, peor aún, de Perisur y podía comprobar un cambio inmediato en sus facciones, en el desenvolvimiento natural de sus manos, en la postura de sus piernas, en su humor. Aunque uno aludiera casualmente a cualesquiera de estos sitios, ya lejanos en el devenir urbanístico de la ciudad y por lo mismo impregnados de un exotismo añejo y desleído que ahora no podemos abarcar, mucho menos comprender, era indudablemente perceptible que algo se había operado bajo la superficie de ese desdén marcado y casi profesional con el que arrostraba los últimos mese de la sentencia que se había convertido para él vivir en sociedad, en esta zoociedad mexicana y en particular defeña, por la que había transitado incomprendido y acosado, rara avis de todas sus reglas de convivencia social.

El punto de arranque es que a principios de los ochenta, la homosexualidad no se discutía ---¡mucho menos se ejercía!--- abiertamente en la ciudad de México: ser gay aquí equivalía a matricularse en una cofradía invisible que surcaba los bajos fondos buscando establecer sus espacios, conquistando en medio de prostitutas, dealers y hampones, y las más de las veces a punta de chingadazos, secuestros, asesinatos y cualquier cantidad de vejaciones homofóbicas imaginables, el derecho a una identidad y respeto propios que la mayoría del resto de los defeños le negaba abierta o veladamente a la incipiente comunidad. ¿He dicho incipiente? Pues me equivoco, porque está claro que jotitos siempre ha habido en esta muy noble y leal: sin echar a volar la memoria muy lejos, piense usted en el incidente de la calle de la Paz el 20 de noviembre de 1901, en el que inclusive se rumoró que estuvo involucrado el yerno del general Díaz y que fue sólo gracias a éste que el indiciado evitó el encarcelamiento, la humillación y el destierro que sufrieron los demás participantes y cuya única herencia e impronta palpables se reduce a unos cuantos grabados de Posada, por cierto no de los mejores, y el cuarentaiuno como sinónimo popular de la homosexualidad.

¿Cómo fue que se involucró Nacho en todo esto? Permítame tantito: un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo. Le estaba diciendo que para cuando nació Perisur, es decir, en 1980, los mariquitas ---que aún no contaban con la grandilocuencia complaciente que vendría a homogenizarlos después bajo el calificativo de homosexuales o gays--- seguían asomándose y avanzando, palmo a palmo y no sin pasos titubeantes, en algunos rincones más permisivos de nuestra ciudad. Sí, sí, sí, es cierto que Nancy Cárdenas ya le había abierto un boquete tremendo a la zoociedad mexicana al ventilar abiertamente su lesbianismo con Jacobo en mil novecientos sesentaitantos; pero ¡quién como ella que ya desde 1954 era locutora de radio y reconocidísima actriz de teatro! Nadie, nomás ella y Monsi, que ya empezaba a descollar como escritor. Pero bueno, me estoy desviando y le decía que uno de los primeros fue la Zona Rosa. ¡Qué bárbaro! ¡Tenía todo el ímpetu de ser el lugar de moda y más chic de la ciudad en los setenta! ¿Y el nombre? ¿Qué me dice usted del nombre? Verdad de Dios que fue una de las cosas más pinches sesudas que se le pudieron ocurrir al Cuevas. Sí, yo no creo lo que dicen algunos de que el término lo acuñó Agustín Barrios Gómez. ¿Qué cómo estuvo lo de Cuevas? Bueno, él decía que era una zona roja de noche y blanca de día ¿qué obtenemos entonces? Pues la zona rosa, a güevo... Pero no, dispénseme, me dejé llevar. Bueno, sin más ni más, yo conocí a Nacho cuando éste trabajaba en una tienda de ropa en la Zonaja y mi hermana era modelo exclusiva de Love ---¿o era de Lovable?---. Nuestros caminos se cruzaron un día porque mi padre me obligaba a ir por ella a su trabajo, o adondequiera que la hubiesen asignado para los desfiles de pasarela o sencillamente porque el perro de su jefe se quería regodear admirándole las nalgas, cuando la hora de salida de éste rebasaba las dieciocho horas. Lloviera, tronara o relampagueara, ahí tenía que estar yo para escoltarla de regreso a la seguridad del seno familiar. No, no voy a decir que esta función que me endilgaban estaba exenta de compensaciones, al contrario: casi siempre después de un desfile o una presentación, solía obsequiarse a los asistentes con un brindis, canapés o cualquier otra bagatela por el estilo. Sí, tiene usted razón, era como si la clase media mexicana, único receptor de la movilidad social causada por la bonanza económica de entonces, estuviera degustando los últimos tiempos del banquete de Damocles, indiferente al peligro que pendía ya sobre sus cabezas. ¡En fin! En aquella ocasión, el local que hospedaba al evento, asistentes y participantes, era precisamente en el que trabajaba Nacho.

Así que entré y lo vi. Aun antes de preguntarme dónde podía estar mi hermana o con quién, me sorprendió la limpidez que se destacaba en el trasfondo mismo de ese joven de escasos veinte años, de cabello corto sólidamente envaselinado, rasurado perfecto y enfundado en un príncipe de Gales cruzado y que complementaba una discreta corbata azul con franjas grises, de esas a las que por sus proporciones se les llamó lenguas de vaca. Porque no está por demás recordar que en aquellos ayeres los vendedores, al igual que casi todos los empleados en cualesquiera ramas de la actividad económica nacional, vestían obligatoriamente de traje. Pero no, miento, no lo vi: nos vimos y fue él el que inmediatamente se acercó a preguntarme si podía ayudarme en algo. Le dije que no y agregué mecánicamente qué era lo que me había conducido hasta allí y a quién estaba buscando, a lo que agregó sin perder su sonriente dejo hospitalario inaugural que las chicas todavía tardarían un poco en salir porque no les habían pagado el día.

Para cuando mi hermana y sus compañeras de trabajo empezaron a salir tras cortinas, la tienda estaba prácticamente desierta y a oscuras, a excepción de Nacho, otro chico que afanosamente realizaba el corte de caja y los dos guardias, que por la gentil y no del todo impredecible intercesión del primero me habían dejado permanecer en el establecimiento y sobrellevar así mi espera. Uno no podía dejar de preguntarse qué sustancia imbuía tan buenos ánimos en ese tropel de figurines que, de pronto, todo parecía transfigurado en un fragor de propuestas inconexas y libres de toda relación entre sí, acerca de dónde concluiríamos tan exitosa velada; porque sí, éste era uno más de los privilegios aludidos de manera por demás reticente de mi parte. Sin embargo, mi sorpresa ascendió aún otro nivel justo cuando me percaté que Nacho y mi hermana cuchicheaban a espaldas mías, en franco intercambio de risitas por parte de él y risotadas por parte de ella. ---¿Adónde? Pues pregúntale aquí a mi hermanito que ya vi que le echaste el ojo... ---fue lo único que alcancé a distinguir en el batiburrillo imperante. ¡Claro!, para entonces he de confesarle que por mí parte ya había trabado conversación con un lechuguino que no paraba de arremedar a Salvador Novo y que insistía vigorosamente en que debíamos desplazarnos al autocinema del Valle, para lo cual nomás había que arreglárnoslas para ajustar a toda la concurrencia, que en ningún caso parecía exceder de quince personas, sin contar por supuesto a los guardias, en los automóviles con los que contábamos y que no eran más de tres, incluido el jodidísimo Borgward en que venían estos.

Finalmente se decidió trasladar a los tertulios al apartamiento que ocupaba una de las chicas en el multifamiliar Juárez.
2.
Lo que no puedo recordar claramente, y créame que lo he repensado gran cantidad de veces, es todo lo que intempestivamente se desató a partir de entonces: cómo nos las arreglamos para llegar al edificio A1 del Juárez, quiénes fueron los que finalmente jalaron con nosotros, porque usted sabe que nunca falta quien se desmarque de cualquier actividad que involucre a tan exótica concurrencia; sí, más por aquel entonces, aunque sí sé que estaba presente uno de los guardias que hasta hizo striptease, de dónde fue que se obtuvo tantísimo alcohol y, sobre todo, cómo fue que terminé en una de las recámaras aparejado con el tal Nacho. Naturalmente mi hermana ya se había ido y si conoció o no el amor aquella noche y con quien perdió es algo de lo que nunca hablamos. ¿Qué por qué se había ido? Porque tenía que llegar imperiosamente a la casa antes de que se levantaran a misa nuestros padres y acallar así cualquier suspicacia. ¿Qué si le preguntaban por mí? Pues yo traía mi coche y lo más fácil era decir, e inclusive dejar que supusieran, que me había escapado temprano con alguno de mis amiguitos a San Ángel o Xochimilco: era mucho menor la regañina por no ir a misa que por no haber llegado a dormir toda la noche.

No, no me esperé a que despertara el angelito. Discretamente recogí mis cosas, inventarié mis pertenencias, me aseé sin hacer ruido alguno y me fui. ¿Qué hasta cuándo lo volví a ver? Si la memoria no me falla, esto ocurrió a los pocos días de la marcha convocada por el Frente Liberación Homosexual para conmemorar los diez años de la noche de Tlatelolco. No, yo no fui a la marcha. ¿Por qué? Porque todavía vivía en casa de mis padres y aunque ya había terminado la universidad, mi trabajo en el departamento de contabilidad del París Londres de avenida Insurgentes aún no fructificaba con la suficiente generosidad como para establecer mi propio apartamiento. De hecho, tendrían que pasar casi dos sexenios para que finalmente pudiera tener mi espacio y, por consiguiente, gozar de una pareja estable. ¿Por qué? Pues si con duras penas me alcanzaban los centavos durante los gobiernos de Jolopo y de la Madrid, ¿cómo iba a hacerle mi madre con la misérrima pensión de mi padre? Sí, mi padre murió a los pocos días del último informe de Jolopo. Sí, aquél de “soy responsable del timón, pero no de la tormenta”. ¡Qué bueno que ya no vivió para ser partícipe de la catástrofe que vendría después! ¿No cree? En cuanto a nosotros, su muerte nos galvanizó el sentimiento de pérdida irrevocable que ya se respiraba en el país desde hacía algunos años; sí, era como si asistiéramos a la confirmación de que todas las esperanzas que había depositado la clase media en la repartición que seguiría ineludiblemente a la “administración de la abundancia”, nunca se realizarían. ¿Qué si ya sabían en mi casa de mi homosexualidad? Fíjese que bien a bien nunca lo sabré. Sí, claro, mi hermana ya sabía; pero nos solapábamos mutuamente todos nuestros deslices y hasta el último día de su vida, podría asegurar que no compartió nada de esto con mis padres. ¿Qué de qué murió? Fue una de las primeras víctimas de sida en México, allá por el ochentaitrés.
3.
Pero bueno, usted está aquí para saber de Nacho y su marcada debilidad por los centros comerciales ¿o no? Pues como le decía, lo volví a ver en octubre del setentaiocho y en las circunstancias más inverosímiles que cabría imaginar. Aguánteme y le platico: como ya le había comentado, yo trabajaba en la gran boutique que estuvo en Insurgentes sur y en algunas ocasiones, a falta de alguien ubicado más abajo en la escala jerárquica del departamento de contabilidad, mis funciones incluían recabar las notas de venta a crédito (o vouchers) para su posterior registro: las ganancias se registran en cuanto se realizan y las pérdidas en cuanto se conocen ¿o era al revés? ¡Cómo sea! Así que mi trabajo incluía, de vez en vez, andar pajareando por los distintos departamentos de la tienda y esto conllevaba también una comunicación de arriba a abajo, a todo lo largo de la estructura organizacional, de la que muy pocos empleados disfrutábamos. No, no, no, por experiencias anteriores yo ya sabía que en el trabajo había que adoptar siempre una actitud varonil y esto incluía, entre muchas otras cosas, hacerle la corte a buena parte de las vendedoras, que no dejaban de verlo a uno como pase de salida a las tan-anheladas-por-aquel-entonces esferas de la dominación conyugal. Para no hacerle el cuento largo, en una ocasión estaba yo platicando con una de estas chicas en el departamento de caballeros, cuando una de sus compañeras, visiblemente alterada y trompicando a causa de los tacones que traía puestos, llegó demandando a gritos que llamáramos a seguridad y a la Cruz Roja, “que a un cliente le estaba dando un ataque en los probadores y no había forma de abrir la puerta” (me acuerdo bien) que todos suponíamos estaba cerrada por dentro.

Cuando llegué a los probadores ya se había instalado el inexorable corrillo de curiosos, integrado no sólo por clientes, sino hasta por empleados de otros departamentos, que hacían el acceso imposible y prácticamente lo sometían a uno a la tiranía del rumor de aquellos que se habían apostado primero: “¡Qué asco!”, “¡es simplemente inconcebible que ocurran cosas así en una tienda decente como ésta!”, “sí, parece que ya los van a sacar”, “son unos enfermos, ¡degenerados que no tienen cura!”, “¡a todos ellos deberían encerrarlos en las islas Marías! Allá que hagan las cochinadas que quieran”, “¡cerdos!”, “sí, porque hasta dicen que puede ser contagioso”, “pero que alguien me explique cómo es que pueden dejar entrar a gentuza como ésa aquí”, “¿qué tanto les harán que ya se tardaron?”, “¡deja eso hija que nos vamos inmediatamente a otra parte!”, “a mí se me hace que venían contigo”, “¡cállate animal!”, “jóvenes, esto es serio”, “te lo dije, la culpa de todo esto la tiene la minifalda”, “ya no hay moral ¿adónde iremos a parar?”, “¡guácala! Que desperdicio”, “niña, sólo cerciórate que ni ellos ni los policías se lleven nada. Sí, nunca sabes”. Luego los sacaron de los probadores. Eran dos hombres jóvenes, de cabello largo, que iban con las muñecas esposadas por detrás y cada uno era custodiado por un azul que blandía amenazadoramente su tolete sobre sus cabezas. Tenían claras huellas de golpes y uno de ellos, que iba delante, caminaba cabizbajo. No así Nacho que recorría el pasillo que había formado la gente con su sonrisita inamovible, cálida y simple que sin duda muchos interpretaron como insignia de desafío y provocación. Era como un niño pequeño que había sido sorprendido por primera vez con su mano en la caja de galletas, ajeno por igual a los hechos y sus consecuencias. Desde luego todos estábamos lejos, muy lejos, de saber qué tan novel era Nacho en sus búsquedas de amor furtivo, comprensión velada o simplemente sexo, en una sociedad que perpetúa su propia inmovilidad granítica volcándose, sofocante y silenciosa, sobre todas aquellas cosas cuya amenaza intuye, aun minúsculamente, para extinguirlas bajo el peso casi siempre desproporcionado de las reacciones de sus integrantes...

...Ya que sin anticipación ni nadie que hiciera lo más mínimo por impedirlo, uno de los curiosos aprovechó su cercanía con Nacho para golpearlo arteramente en los testículos y justificarse: “pinche puto”.
4.
¿Mi siguiente encuentro con Nacho? Fue allá por el noventaiuno. Mi madre había fallecido a la vuelta de la década y yo vivía con mi pareja en un apartamientito en la Condesa. No, nunca quise vivir en la casa de mis padres, aunque estos no existieran ya: sentía que me había privado del derecho a vivir a mi gusto y a mis anchas durante muchísimo tiempo y tampoco era ningún muchacho. Lo que fuera a hacer de mi vida y mi persona, debía hacerlo ya.

Por aquel entonces comencé a colaborar con diversas organizaciones no gubernamentales que protestaban por los asesinatos de homosexuales y defendían el derecho a la diversidad sexual. Fue a través de las labores de prevención del sida y las movilizaciones encaminadas a evitar la discriminación social de los infectados con VIH que reencontré a Nacho. ¿De veras quiere saber cómo fue? Tenga muy presente que habían pasado más de diez años desde el incidente del París Londres que le relaté e imagínese qué habían logrado todos estos abusos y maltratos en el temperamento de Nachito. Pues sí, no voy a mentirle diciéndole que fue agradable lo que encontré. Ocurrió en el cine Teresa. Sí, desde siempre había gozado de renombre para los encuentros casuales de cualquier orientación sexual en la oscuridad impasible de sus salas, mismos que solían consumarse precipitadamente en los sanitarios del lugar. Si alguna vez llegó a ir, ¿no? Entonces le cuento: muchas de las mamparas que separaban los escusados entre sí, estaban horadadas a distintas alturas para el que quisiera servirse de ellas ya activamente, ya pasivamente. La mayoría de las ocasiones uno no sabía ni remotamente con quien había perdido. ¿Le repulsa? ¿no? Pues imagínese ahora el problema de salud que representaba en términos de la transmisión del VIH-sida el no contar con una máquina expendedora de condones allí. Sí, así es, en ese año un compañero de la ONG y yo nos propusimos proveer de preservativos a la mayor cantidad posible de los usuarios del lugar y, como normalmente suele ocurrir en estos casos, la oposición más enconada a nuestra iniciativa provino de los dueños del mismo, que se negaban a reconocer la existencia de estas prácticas al interior de su establecimiento.

Hasta que un buen día recibimos una llamada en la que nos informaban que habían encontrado en los baños del Teresa un fulano medio muerto al que le habían propinado una golpiza inmisericorde: en efecto, estoy hablando de Nacho una vez más.
Lo llevamos a un albergue donde recibió atención médica, alimentación y en el que podía convalecer el tiempo que fuera necesario. Sus lesiones habían sido ocasionadas con lujo de violencia y saña, pero eran únicamente el hilo por el que se sacaba el ovillo: cuando recobró el sentido y bajó la inflamación de sus párpados, me percaté, entre otras cosas, que no sólo era incapaz de reconocerme, sino que heridas y cicatrices de todo tipo cubrían su cuerpo. Aquella piel fresca y lozana en la que me había abrevado una mañana hacía veinte años, se había vuelto un muestrario oscuro de agravios y ofensas entre los que se destacaban quemaduras de cigarro, ataduras, cintarazos y cortes aparentemente autoinfligidos en muslos, genitales y muñecas. Análisis ulteriores revelaron la presencia anticipada del sida y de varios de los padecimientos oportunistas que hasta aquí siempre lo caracterizaron, y que a la postre acabaron con él. ¿Qué qué de su proclividad a los encuentros en tiendas departamentales, centros comerciales, baños públicos y sitios como el Teresa? Bueno, nunca supe si todos los que fueron de mi conocimiento aquí, en el albergue, efectivamente fueron protagonizados por él; pero uno tiende a entrañarse de esta manera ¿o no?

jueves, 25 de septiembre de 2008

El vate popular ataca...

Una de las más arraigadas tradiciones de esta muy noble y leal, reside en lo que autores de diversas tallas han dicho a propósito de lo que ocupa y preocupa a sus rehenes, otrora habitantes; sin embargo, si creemos en la sentencia inapelable que a más de cuatro siglo de distancia dictó Hernán González de Eslava a propósito de que en la Nueva España había más poetas que estiércol, entonces resulta un poco más comprensible que la mayor parte de los escritos referidos haya sido entregada a la imprenta ---cuando efectivamente así ocurrió y no quedaron volando en medio del pregón y la arenga--- por autores anónimos de los que no se guarda memoria.

Los siguientes versos estaban siendo repartidos de manera gratuita a la salida del metro Bellas Artes en llamativas hojas de colores y, como cabría esperar, ni sus luces del autor.
[***]
Todo marcha bocarriba,
nada parece lo que es:
punto fijo la barriga,
la cabeza entre los pies.
[***]
Pero Los Pinos, en cambio,
ejemplo de otra nación:
comer y dormir...
---¿Y el precio!
---¡Sólo una higa a Calderón!
[***]
País teñido de verde
de Chetumal a Ensenada:
---¿y los derechos humanos?
---¡Quieren todo sin dar nada!
[***]
Pero del grito en Morelia
¡bueno estuvo el reventón!
Nadie dice nada...
---¿Y el precio?
---¡Sólo una higa a Calderón!
[***]
Más para quien tiene más,
ni hablar del que tiene menos:
---¿Y los que no tienen nada?
---Ni se escuchan, ni los vemos.
[***]
Pero de Wal-Mar' y Telmex
que ven sólo el bien de nos,
nadie dice nada...
---¿Y el precio?
---¡Sólo una higa a Calderón!
[***]
¿La salud? No digas, que hay IMSS
desde que la vida empieza:
---Pero si no hay ni curitas...
---Ya no queremos pobreza.
[***]
Ni inditos, ni "probes". Nada
de marchas o rebelión.
¡Ese México queremos!
---¡Pus va su higa a Calderón!

martes, 23 de septiembre de 2008

El infalible manco hacedor de esquites (o la historia de Albino García según el Fran').

A mi hermano Bob, por su cumpleaños.
1. Los orígenes.

---¡Huuuuuy! Mucho se ha dicho o escreto sobre adónde nació el Manco García y cuándo, pero la verdá es que ya ni él mismo se acuerda. Cantidá de hombres han venido y perguntado y él sólo refunfuña aquello de ¡y dale con el mismo cantar! Así que si Vd. también quiere saber de eso, lo mejor sería darle la vuelta y no soltársela así nomás, a quemarropa. Mejor deeespaaacito: recuerde que en el pedir estar el dar.

Eso sí, lo que sí puedo adelantarle con toda seguridá es que el Manco es de Salamanca, Guanajuato; de una época anterior a que instalaran la pinche refinería esa que ni figura en "Caminos..." de José Alfredo y nomás le dio en la madre al paisaje, llenando de esmog el ambiente... Sí, sí, él es de allá. De Cerro Blanco para ser precisos y eso sí, con todo respeto del Manco ---porque salió bravo el cabrón, ora sí que lo hicieron más cabrón que bonito y hay que tener cuidado con lo que dice uno de él---, le decía que el Manco es indito puro. Sí como serían Benito Juárez y Porfirio Díaz e Ignacio Manuel Altamirano que aunque llegaron después que él, a todos los sobrevivió. ¡Vaya Vd. a saber que le daban de mamar de chamaco para que orita esté tan bien conservado! Pero de veras que ni se le notan los años... Está arrugado y achacoso, pero eso ha de ser más de segurito por el estilo de vida que llevó.

Pus él cuenta que desde chico le gustaban los caballos y que de ahí fue que logró hacerse caporal de una de las haciendas que en aquel entonces abundaban en Valle de Santiago ---creo que de Quiriceo---. También es un hecho que de aquellos días fue el accidente que le dejó chorido el brazo izquierdo, de donde salió eso de llamarlo el Manco. Al principio le cagaba, pero la combinación "el Manco García" creo que acabó por gustarle por como sonaba. Y de lo otro, aunque habilidoso y lo que Vd. quiera para los caballos, pus ya sabe ¿no? A quien monta caballo bayo, o se le juye la mujer o lo mata un rayo.
Pero lo mero güeno empieza hasta después del grito.


2. ¡Aguas con el Manco García!

Después de que el cura Hidalgo diera el grito en Dolores el 16 de setiembre ---por cierto ¿sabía que el muy jijo de Hernán Colón le echó unos cuantos vivas al rey, Fernando VII, pa'no quedar tan mal con los inditos?---; pero le decía que Dn. Miguel pasó por Salamanca a finales de setiembre ---por ahí del 23 y el 24 ¿o fue el 25?--- y causó una honda impresión en el Manco. ¡Imagínese Vd! Si después de casi trescientos años que los gachupas tenían de domesticar a los inditos y les enseñaron que lo que decían los curas en el púlpito o fuera de él era ley ¿cómo no iba a abrazar la causa el Manco? ¿Cómo no le iba a guiñar el ojo el tuerto? ¿Cómo? Parece albur ¿a poco no? Lo cierto es que Dn. Miguel siguió de largo pa' Guanajuato y su cita histórica con el Pípila, pero Albino García, el Manco, acababa de recibir un aliento vital que lo acompañaría hasta nuestros mismísimos días.

De ahí pa'l real: el Manco se convirtió en el guerrillero más temido del Bajío y sus desmanes fueron pronto conocidos por el ejército español. Después de echarse casi un año entre que le agarraba la cosa a eso de la guerrilla y dizque se hacía pendejo pa'no hacerle sombra al cura Hidalgo, el 31 de agosto del año siguiente al del grito, el Manco tomó la Villa de [Sn. Juan de los] Lagos, Jalisco... Bueno, Nueva Galicia por aquellos ayeres y dicen que hasta estuvo a punto de tomar León; pero pa'que vea, lo que sí no tuvo madre fue querer repetir la hazaña de Dn. Miguel de tomar Guanajuato al año de efectuada ésta. Sí, si hasta el cabrón del Manco quería mamonear y usar el mismito lugar donde ultimara los detalles de su toma el cura, es decir, la Hacienda de Burras. ¡Claro! Los españoles no eran ningunos pendejos y corrieron a reforzar Guanajuato ---hasta se ufanaban de sus precauciones para que no se repitiera la incendiaria hazaña del Pípila---, por lo que el Albino se tuvo que aguantar hasta el 26 de noviembre de ese año para entrar a la tierra donde se dan las momias y las charamuscas ---¡y donde ya pendían la cabeza de Hidalgo y sus secuaces!---, encontrando que la solución brillantísima ideada por los peninsulares consistía en prescindir de toda puerta de acceso a la alhóndiga de Granaditas.

3. El fin que no es el fin.

Las acciones del Manco abarcaron también Aguascalientes y Michoacán, pero los realistas ---¿o fueron los Zetas?--- le impidieron hacerse de Valladolid (hoy, Mugrelia). Cuando el cura que nos lo había echado a andar por los caminos de la insurgencia tenía casi nueve meses de jusilado, el Manco flaqueó y acabó perdiéndose por su estómago: a punto de aniquilar a las tropas del brigadier Diego García Conde en Irapuato, un zurrón repleto de fresas ---de esas de interior rojísimo y feas, que no son maduradas artificialmente y sí son ríquisimas--- fue lo único que evitó la zurra que ya se abatía sobre las realistas nalgas de Dn. Diego. Sin embargo, para la convalecencia ineludible que siguió en la lógica de no desinfectar las fresas que se había zampado, el Manco prefirió permanecer en Valle de Santiago y que fue hasta donde García Conde y Agustín de Iturb[id]e, el Pirulí, le llevaron su medecina.

El resto es un merequetengue y asegún quien le cuente las cosas, será lo que le cuenten: unos dicen que el Manco fue pasado por las armas en Celaya el 8 de junio de 1812, descuartizado y remitido en partes a Irapuato ---la mano buena--- y al cerro de Sn. Miguel en Guanajuato capital ---la mano chorida--- pa'escarmiento de la indiada toda que ya soñaba con seguir sus pasos. Dicen que su cabeza quedó en Celaya y que fue el arquiteito oriundo del lugar, Francisco Eduardo Tresguerras, quien se encargó de armar el rompecabezas humano una vez consumada ---y consumida--- la independencia. Los supuestos restos del Manco reposaban en el osario de la catedral de Celaya y digo ---aban, ya que si se cree Vd. hasta aquí esta historia, lo invito a que se dé una vuelta por allá un día y le pregunte a los celayenses: y ora ¿adónde están..?

Pero si quiere saber la verdá, Albino el Manco García sigue ---como le decía en un principio--- aquí entre nosotros: ni lo agarraron los realistas, ni lo afusilaron en Celaya, ni se lo chingaron difunto. Vive aquí cerquita. Sí, en serio. Vive en un cuartito de servicio en un edificio de departamentos todo amolado allí, sobre Coruña. Todos los días, alrededor de las ocho de la noche, sale con un huacal, un anafre y una olla a vender esquites en la esquina de Coruña y esta otra calle... ¿Cómo se llama? ¡Chintetes, me falla la memoria..! Pero orita le digo... ¿Cómo era? Es Coruña esquina con, con... No, no es José María Correa, ni Eguiara y Eguren, es la de en medio ¿cuál era..? Bueno, si no me acuerdo con esas indicaciones no puede Vd. errarle. Vaya y platique con él, le va a dar gusto saber que alguien se interesa por su historia... Nomás no la riegue con lo de su lugar y fecha de nacimiento porque eso sí lo enchila... Sí, dígale que lo que mandó aquí el Güero que cuida los carros... Va a ver Vd. que es a toda madre el Manco... Sí, Albino García Ramos.

viernes, 29 de agosto de 2008

Sintomatología de la desigualdad II.

1. ¿La emoción deportiva comienza en Martí?

Pocos eventos recientes merecen un registro y escrutinio tan cercanos y sesudos por su potencial impronta no sólo en la oposición complementaria que forman el destino nacional y el local, sino en la relación incómoda que han sostenido los depositarios de estos; como el secuestro y muerte del adolescente Fernando Martí Haik, hijo del industrial del sudor y la condición física inn, Alejandro Martí.
Ya que además de poner en claro que la muy noble y leal cd. de México dejó de ser ---sin vacilación y de algún tiempo a esta parte--- el lugar idílico de antaño para prosperar en lo económico y se convirtió en lupanar, el hecho citado y de cuyo carácter criminal nadie duda a la luz de la información asequible, evidenció algunas de las características más nefandas de la zoociedad mexicana y sus gobernantes:
  • A las exequias oficiadas en la parroquia de la Sta. Cruz del Pedregal asistió la pareja presidencial formada por Felipe Calderón y Margarita Zavala. La pasarela incluyó el desfile del maratonista Roberto Madrazo, el honorable Lino Korrodi, así como los actores César Costa y Manuel Landeta y el otrora dueño de las tiendas Gigante, Ángel Losada. Naturalmente resta indagar y ensalzar las virtudes que invisten al doliente de semejantes privilegios y lo colocan por encima de cientos, aun miles de mexicanos que rumian en silencio su impotencia ante la inseguridad y la consabida lentitud en la impartición de justicia. ¿O qué? ¿Basta con que perlas pendan de la piara para que los lechones los llore hasta el porquero? ¡Ay, qué dulce es la plutocracia!
  • La respuesta del titular del Ejecutivo para inhibir la fructífera industria del secuestro revela una profunda ingenuidad y acaso subraya una mezcla de desconocimiento e indiferencia sobre lo que viven, día a día, aquellos mexicanos batidos por la delincuencia rampante que azota a nuestro país y a los que aludía al final del inciso anterior: ni la cadena perpetua ---la cual ya se aplica de facto a secuestradores---, ni la pena de muerte ---el delito de Estado--- son medidas disuasivas eficaces en ningún caso. ¡Pero tampoco lo son las marchas sensibleras que solazan el apetito cursi de las televisoras! El único remedio perdurable de estos males reside en el fin de la impunidad y por ende, en una impartición pronta de la justicia. Sin embargo nadie, ni los organizadores de la marcha Iluminemos México (sic), ni persona alguna en el gobierno o la iniciativa privada ha puesto el dedo en la llaga. ¿Somos víctimas nuevamente de nuestra vanidad mediática?

2. No, si la mula no era arisca...
Más grave aún es el hecho, inadvertido por todos, de que la inseguridad que nos aqueja es fruto de la desigualdad y la inmovilidad social prevalecientes desde el gobierno de Echeverría ---quien tomó posesión ¡el 1 de diciembre de 1971!--- hasta nuestros días: estamos hablando de más de 30 años en que una generación, arropada en crisis y devaluaciones, aprehendió que al desarrollo económico anhelado y del que nunca se ha cansado de hablar la desprestigiadísima clase política mexicana, se podía acceder únicamente por una de dos vías: la polaca o el crimen organizado. Ya no basta, no, con trabajar duro ni levantarse temprano todos los días para desplazarse, en algún momento, de un plato a otro en la balanza que contrapone a un puñado de empresarios ---encabezados por Carlos Slim--- y a más de cien millones de mexicanos. En una economía polarizada como la nuestra, la brecha que separa el ingreso ---¡y el estilo de vida!--- del dueño de Grupo Carso o de Televisa o de la Secretaría de Gobernación y el de un chofer de microbús, una secretaria o un profesor universitario recibiría los calificativos de indecorosa y ofensiva, de no ser porque la mayoría de los mexicanos ignoran los niveles mínimos en su calidad de vida a los que tienen derecho. ¿Qué puede perder el criminal que nada ha tenido toda su vida? ¿Por qué se niega a reconocer su responsabilidad en esto el gobierno?
3. Su moraleja, jóvenes
El garrote que esgrime con cada vez más violencia el gobierno federal es en realidad la vara de su ineptitud e ineficacia para identificar siquiera el fondo de los problemas que aquejan a este pobre, pobrecito país.

lunes, 25 de agosto de 2008

Responso.

Para despedirme de RBK.


Arañada por la sal y los sargazos,
hendida por el coral que creció en tu espalda
y amenazó tu respiración de incienso,
tu sonrisa inacabada
y tus ojos,
que en su interior soñaban con ser dos amatistas,

tu piel
se estremecía con la convicción irrenunciable del incendio,
con su pulso imperceptible de relámpago
y su lenguaje
de infamia y de ceniza:
porque morir
como un puñado de sangre que desvanece el sol
era lo único
que podía ofrecer la vida a tu pensamiento delirante

que alguna vez abrigó jazmines y soñó palomas.

No así tu cama de hospital
donde rendiste la vida
como una moneda de denominación inútil;
tampoco la soledad de témpano
en que flotaba tu mirada
como un desecho no reciclable.
No,
no dejaste que la vida escatimara tu sed ferina
de vacío,
de olvido,
de silencio
ni un instante.


Y tu conciencia se deslió como una brizna de humo entre tinieblas.

sábado, 26 de julio de 2008

En el modo de agarrar el taco, se conoce el que es tragón.

1. El que ha de ser barrigón, aunque lo cinche un arriero.

De algún tiempo a esta parte, la consabida efervescencia de la sal de uvas Picot ---¿acaso hay otra?---, se anuncia con el contundente eslogan:

Para que el placer de comer nunca termine, sal de uvas Picot;

afirmación que, vista un poco más de cerca, vuelve superflua la igualmente consabida retahíla de barrigones agros y comensales indigestos con que suele adornarse, publicitariamente, la impertérrita trayectoria de más de 80 años ---sí, la sal de uvas y la esperanza nos sobrevivirán a todos--- consagrados al alivio de aquellos males que por la boca descienden a nos, los mexicanos.


Naturalmente uno podría a partir de este punto, decantar la sabiduría ancestral y venerable de todas aquellas ancianas hábiles para curar el empacho mediante fomentos, cataplasmas, tés de piedra pómez u oraciones transmitidas celosamente en año nuevo; sin embargo, en esta ocasión no quiero ensalzar el remedio, sino aquello que nos propende al vicio.

2. Gusto con gusto, siempre es gusto.

Aunque no abundan las fuentes en lo que a cocina prehispánica se refiere, Sahagún rescata en su monumental Historia general de las cosas de la Nueva España parte de los deleites culinarios originales de los antiguos moradores de ésta, la región más transparente, para que a más de cuatrocientos años de distancia los nuevos rehenes del valle de Anáhuac podamos comprobar impávidos cosas que indudablemente presentíamos: la virtual omnipresencia del maíz en los platillos registrados, así como la mención de guisados a base de chile combinado con carne de pescado, langostinos, ranas, gusanos de maguey u hormigas voladoras y a los que Sahagún denomina genéricamente cazuelas.

El primer Marqués del Valle de Oaxaca nos dice en su segunda relación y de manera más o menos directa con respecto a lo que hoy nos atañe, que en la plaza del mercado de Temixtitan:

Venden conejos, liebres, venados y perros pequeños que crían para comer, castrados. [...] Hay casas donde dan de comer y beber por precio. [...] Hay todas las maneras de verduras que se fallan, especialmente cebollas, puerros, ajos, mastuerzo, berros, borrajas, acederas y cardos y tagarninas. Hay frutas de muchas maneras, en que hay cerezas y ciruelas que son semejables a las de España. Venden miel de abejas y cera y miel de cañas de maíz, que son tan melosas y dulces como las de azúcar, y miel de unas plantas que llaman en las otras islas maguey que es muy mejor que arrope, y destas plantas facen azúcar y vino que asimismo venden. [...] Venden mucho maíz en grano y en pan, lo cual hace mucha ventaja ansí en el grano como en el sabor a todo lo de las otras Islas y Tierra Firme. Venden pasteles de aves y empanadas de pescado. Venden mucho pescado fresco y salado, crudo y guisado. Venden huevos de gallina y de ánsares y de todas las otras aves que he dicho en grand cantidad. Venden tortillas de huevos fechas.

---¿Tortillas de huevo en el corazón de la incipiente Nueva España? ¡Esto sí que es la hostia, tío!




3. A boca de jarro, sólo la china y el charro.

Sin embargo, la cocina mexicana en general ---¡y la defeña en particular!--- emerge como tal, a partir del profuso mestizaje de ingredientes, aromas y sabores a los que alude nuestra tambaleante identidad nacional: además de los dos elementos presentes en la sección anterior, es posible asentar trazas francesas, inglesas, chinas, alemanas y estadunidenses en el devenir de nuestros manteles y paladares y, como era de esperarse, la muy noble y leal atestigua silenciosa cómo se han resuelto todas estas influencias.
  • El mexicanísimo bolillo ---otrora conocido como pan francés o pan Felipe--- es uno de los remanentes más cotidianos de la intervención francesa en nuestro país en el s. XIX. Junto con su pariente más cercana, la telera ---versión salada de la madeleine que tantas cosas desencadenara en Proust---, forma uno de los cuadros más distintivos de la gastronomía local. Me estoy refiriendo a los molletes, la capirotada y a ese universo inagotable bautizado como torta: ¿de tamal o de sopa de pasta o de pavo? ¿Cubana o toluqueña o suiza? ¡Es increíble todo lo que cabe entre dos mitades de pan!
  • Los humeantes esquites y los tiernos elotes que nos aguardan fielmente en muchas esquinas de nuestra ciudad, no estarían completos sin su embarrada de mayonesa ---además de su queso rallado y su piquín--- que, a pesar de lo incierto de su origen, la mayoría están de acuerdo en señalar que provino de Francia, al igual que nuestro convidado anterior.
  • Los cafés de chinos son una institución insuperable en lo que se refiere al cociente entre precio y cantidad; sin embargo, sin apelar al bolsillo, estos han dejado una profunda impronta en los capitalinos con su café lechero, sus bisquets, sus tacos de piña y, por supuesto, los panes que a falta de un nombre más evocativo se conocen como chinos. Naturalmente, la institución empieza a sufrir cambios y proliferan ahora ---lo mismo en Filomeno Mata que en el centro comercial recientemente inaugurado sobre Madero--- los bufés de chinos que comienzan a gozar de la misma condición institucional de sus predecesores y exactamente por el mismo motivo.
  • A propósito del café, éste no llegó a nuestro país sino hasta 1790 cuando Antonio Gómez de Guevara lo introdujo en Córdoba, Veracruz, traído directamente de Cuba, lugar al que había arribado gracias a las manos de españoles, franceses e ingleses que lo introdujeron y dispersaron en el Caribe; así como holandeses (¡!) quienes plantaron los primeros cafetos en América ---en Surinam en 1714, para ser precisos---.
  • Los peninsulares y por demás castizos churros han alcanzado alturas insospechadas en esta bienquista ciudad de los palacios: los hay rellenos de cajeta, leche condensada, chocolate y mermeladas de cuanto sabor concurra a las mientes. ¿Son las 4 de la madrugada y tiene Vd. antojo de unos churros con chocolate? No se preocupe, porque mientras el resto de los capitalinos duerme (o trabaja o estudia o hace lo que se le venga en gana), la churrería El Moro ---en eje central y república de Uruguay--- sin lugar a dudas se encuentra abierta.

La lista podría prolongarse, pero únicamente en detrimento de la virtud de los lectores, porque ¿quién que no leyó hasta aquí sintió agitarse los espíritus de la gula y salivar ante el peso implacable de la memoria? Ojalá que el placer de comer que nos ha acompañado a los rehenes de la muy noble y leal, siga tan vigoroso como siempre y efectivamente, nunca termine. ¡Provecho!

jueves, 17 de julio de 2008

Naturalmente la lluvia.

Lluvia .... tus besos fríos como la lluvia
Lluvia... que gota a gota fueron enfriando
Lluvia... mi ardiente deseo y mi piel
[...]
Palabras inmortales del igualmente inmortal Eddie Santiago.
Ningún fenómeno meteorológico es tan evocativo, líricamente hablando, como la lluvia ---los rumores sobre una horda de bardos que, víctimas de un arranque poético, fueron devorados por un tornado en Nebraska, EEUU, mientras salmodiaban eufóricamente a éste, nunca fueron confirmados--- y los rehenes de la muy noble y leal Cd. de México sabemos que ésta se transforma sustancialmente apenas cae la primera gota de la temporada pluvial.
El tránsito indefectiblemente se trastorna y esto afecta a todos, absolutamente todos los usuarios de las vialidades en esta ciudad, sin importar marca, modelo o capacidad del vehículo. Lo mismo chafiretes que motociclistas, conductores particulares o microbuseros, la lluvia contribuye a una distribución más equitativa de la desgracia entre los habitantes del valle de Anáuac.
(Y si usted piensa que las cosas son más fáciles para el que viaja en metro, se equivoca: encima de los consabidos tumultos y las compilaciones musicales que no dejan a Ace of Base, ni a Inner Circle ---mucho menos a Víctor Iturbe el Pirulí--- gozar del reposo que conlleva el olvido, uno tiene que soportar el que insulten su inteligencia mediante una voz parda que quiebra el mutismo frágil en la atmósfera del convoy para informarnos que debido a la lluvia, la marcha será lenta... ¡Y yo que creía que el/la conductor(a) planeaba regocijarse ---¿o acaso refocilarse?--- en la contemplación húmeda de San Antonio Abad hasta Taxqueña! ¡Carajo!)
Ahora que si uno va a pie y, no del todo improbable, sin paraguas o, en su defecto, sin los 10 pesitos que cuestan los paraguas chinos virtualmente desechables apenas entran en contacto con el agua y que proliferan de forma inversamente proporcional a la intensidad del meteoro; guarecerse, de ningún modo garantiza la sequedad de la persona ---y digo la persona, toda vez que luego se sienten unos truenos que lo hacen a uno cagarse del susto--- o lo incólume del maquillaje ---ya sea uno hombre o mujer en estos tiempos que corren y en los que se multiplican los emos, así como los novios metrosexuales, fanáticos del bótox---, toda vez que los comerciantes aprovechan, apenas escampa o aligera perceptiblemente la intensidad de fenómeno ---y quiero decir la lluvia, no las tribus urbanas ni la metrosexualidad, mucho menos la anarcumbia---, para desaguar sus plásticos: ¡Aaaaaaaaagua vaaaaaaaaaaaa!

miércoles, 16 de julio de 2008

Partiendo plaza, el H. Alcalde de Guamúchil, Sinaloa, Jorge Casal González.

Los últimos días han sacudido violentamente al país y, entre otras cosas, nos han hecho patente a los habitantes del Valle de Anáhuac ---¡una vez más!--- , que somos rehenes no sólo de algunas de las esferas más profesionalizadas a nivel mundial del crimen organizado y sus casi ubicuas chorreras, que se resuelven lo mismo en el "amigable" asaltante de la colonia Tlaxpana (que se conforma con 50 varos en promedio, sin importar cuanto traigas), que en las célebres cortinitas de las loncherías del rumbo de La Merced y en las que es posible obtener los álgidos favores de una sexoservidora, menor de edad, por poco más de trescientos pesos ---melindrosos y agorafóbicos, abstenerse---; sino también de aquellos que, de acuerdo con la primera fracción del artículo tercero de la Ley Orgánica de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, les corresponde
[...]
Realizar en el ámbito territorial y material del Distrito Federal, las acciones dirigidas a salvaguardar la integridad y patrimonio de las personas, prevenir la comisión de delitos e infracciones a las disposiciones gubernativas y de policía, así como a preservar las libertades, el orden y la paz públicos;
[...]
El botón que basta para muestra de lo anterior, naturalmente, se llama News Divine. Y no, no tema(n) apreciable(s) lector(es): no me regodearé escribiendo nada acerca de este asunto ---la blogósfera ya está saturada con todos los puntos de vista imaginables al respecto y la dimensión trágica que conlleva la muerte inútil de 12 personas debería hablar por sí misma---. Únicamente mencionaré dos cosas y de ahí, que cada quien se maltrate solo: por un lado, el reporte especial que la Comisión de Derechos Humanos del DF realizara sobre este caso y que evidenció que la salida menos indecorosa que le quedaba al carnal Marcelo consistía en defenestrar a Joel Ortega y Rodofo Félix Cárdenas por la forma ruin en que tergiversaron la información y obstaculizaron las pesquisas de la CDHDF, puede descargarse desde:

http://directorio.cdhdf.org.mx/informes/informe_news_divine.pdf

Y por otro, a la luz de estos acontecimientos es que uno comprende ---aunque no comparte---, las declaraciones del ínclito personaje que hoy nos sirve de pórtico: el Alcalde de Salvador Alvarado (aka Guamúchil), Sinaloa, J. Casal González, quien, al ser cuestionado sobre la ola sanguinaria de ejecuciones que dejó ocho personas asesinadas en su localidad durante un solo fin de semana, musitó arrebatado por el fervor regional:

"La balanza en Sinaloa, está mucho más a favor de lo bueno que de lo malo; que me disculpen pero en el DF está perdida la sociedad... como es más grande, puede haber más homicidios, más muerte, más robos”.
¡Claro! Si suprimimos la enumeración que sigue a los puntos suspensivos, tendríamos una mejor apreciación de lo que social e individualmente significa ser rehén de la Ciudad de México.

sábado, 10 de mayo de 2008

Ojo por ojo, todos acabaremos tuertos.

Hoy debería dedicarme a la institución nacional que celebramos los mexicanos el 10 de mayo; sin embargo, el propósito de esta nota es desplegar a la consideración de los lectores dos hechos, aparentemente aislados, y dejar que cada quien obtenga las conclusiones que le vengan en gana.


1. Esta última sí fue mortal.

De acuerdo con lo reportado por el Universal el viernes 9 de mayo, poco antes de las 9 de la mañana, el comandante de la Policía Judicial del DF, Esteban Robles Espinoza, sufrió un paro respiratorio irreversible y dejó de existir como consecuencia del ataque perpetrado por matones al servicio del crimen organizado en las inmediaciones de su domicilio que, de acuerdo con la nota, se ubicaba en la delegación Gustavo A. Madero de nuestra muy noble y leal cd. de México.


(El finado se desempeñó entre 1999 y 2003 como cabeza del grupo antisecuestro de la corporación policíaca citada. Al ser el secuestro una industria sumamente rentable y diversificada en esta urbe, es fácil comprender la tirria y ojeriza que guardaban hacia él todos aquellos que habían prosperado y florecido en dicha empresa, bajo la indiferente mirada del gobierno federal).


Sin embargo, este hecho palidece en importancia ---¡y qué decir en cobertura mediática!---, ante el asesinato, el jueves pasado, del coodinador general de seguridad regional de la Policía Federal Preventiva, Édgar Millán Gómez, en la colonia Guerrero; así como el blindaje armado nunca antes visto, que revistió la visita de Felipe Calderón a Reynosa, Tamaulipas, en el marco de la inauguración del hospital materno-infantil en dicha ciudad (la foto al calce apareció en la primera plana de El Universal) .

Sin embargo, el flamante Secretario de Gobernación aseguró categórico en Chihuahua, durante la reunión del gabinete de seguridad nacional que “la reacción violenta del crimen organizado y la secuela de asesinatos de mandos policiacos en todo el país, así como los enfrentamientos entre bandas de delincuentes son síntoma inequívoco de los logros alcanzados en la lucha contra el narcotráfico”. (cita tomada de la edición electrónica de la Jornada: http://www.jornada.unam.mx/2008/05/10/index.php?section=politica&article=005n2pol . Naturalmente, el subrayado es mío).
Como quien dice, en opinión del que despacha en las oficinas de Bucareli:
¡albricias, albricias, vamos ganando!
Pero ahí no acaba la cosa, en la misma nota citada en el párrafo anterior, el Secretario Mouriño afirmó con respecto a la actitud adoptada por el crimen organizado ante las acciones del gobierno federal: "su respuesta no nos amedrenta".
De modo que cabe pensar que el despliegue militar del que fue objeto el acto público de Calderón en Reynosa, no fue sino un esfuerzo más de la política social del gobierno en turno por llevar a los pequeñines de aquellas latitudes, la marcialidad y gallardía propias del desfile militar del 16 de septiembre y que, como los mexicanos sabemos, se efectúa indefectiblemente en el primer cuadro de la cd. de México.
2. Todo se ha perdido, menos el humor...
El crimen que cobró la vida de Édgar Millán fue presenciado por los dos escoltas que lo acompañaban, Leobardo Plata Hernández y Daniel de la Vega Hernández, que fueron incapaces de repeler la agresión y también resultaron lesionados. El presunto homicida, Alejandro Ramírez Báez, que portaba dos armas ---una de ellas nueve milímetros---, fue trasladado a un hospital de la colonia Roma y aquí es donde comienza la diversión: según algunas fuentes, la atención médica fue necesaria ya que Alejandro presentó malestares físicos derivados de su estado de intoxicación (¿le entró al activo o peor aún, anduvo moneando para agarrar valor?) Sin embargo, de acuerdo con otra versión que circuló en la red, Alejandro tuvo un problema hepático a causa de ciertos golpes que recibió durante el atentado. Uno de los escoltas a quienes hacíamos referencia más arriba, afirmó que a pesar de haber recibido 9 impactos de bala, la mayoría en el tórax, el súper hombre Millán había alcanzado a vapulear a uno de sus agresores con tremebundos ganchos a las regiones blandas. ¿Había decidido acaso, antes de morir, ahorrarle a sus compañeros de corporación la consabida calentadita que pendía potencialmente sobre el inculpado?

jueves, 1 de mayo de 2008

La suavidad de la Patria en primero de mayo y unas cuantas palabras a propósito del impacto que tiene este mes en la vida educativa del país.

1. Diré con una épica sordina: la Patria es impecable y diamantina.

Pocos deleites son equiparables a la suavidad con que nos obsequia esta urbe en días de asueto. Bástenos con mencionar que el tránsito, las aglomeraciones características del transporte público y la bulliciosa densidad del ambulantaje se aligeran drásticamente; asimismo, aquellos habitantes a los que la precariedad y estrechez económicas imponen voto de lealtad al Valle de México, aprovechan para reconciliarse con su yo gentil y en consecuencia, asistimos al espectáculo bienquisto de familias sonrientes que dan una vuelta por Chapultepec o la Alameda, asisten al Real Cinema ---que ya no existe con este nombre---, visitan la Basílica de Guadalupe, recorren la línea 4 del metro o, de perdis, se aperciben para la próxima función del Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL) en la Arena México (de a 50 las gradas, 60 el balcón).

(En otros confines de la ciudad, los centros comerciales bullen de consumidores ávidos y deseosos de transformar las horas-nalga en sus oficinas en productos que rara vez pueden utilizar, ya que se pasan todo el día en el trabajo; las señoras, enjaezadas, discuten el punto mientras se embozan con tazas de humeante café y los adolescentes se desperezan al mediodía con la cruda inexorable de quien reventó muy duro la noche anterior: "¿A quién chingados se le habrá ocurrido adelantar el sábado?")
Suave Patria: en tu tórrido festín
luces policromías de delfín,
[...]
2. Alacena y pajarera.
Sin embargo, algo que no debemos pasar por alto ---salvo que el romanticismo de las viñetas anteriores nos nuble la visión y smoke gets in your eyes como dirían los Platters---, es el carácter único con el que mayo ha revestido la identidad nacional y, por ende, la defeña. Por ejemplo, los niños en la primaria ¡cómo sueñan con la llegada del mes de mayo! Uno diría que incluso es un candidato serio a sustituir a los Reyes Magos en la imaginación infantil. Pues aunado éste a la habilidad innata de sus padres para tender puentes a todo lo largo del calendario, obtienen los infantes, sin proponérselo, una continuación minúscula al beneplácito propio de la Semana Santa y un bálsamo con el cual aliviar las heridas de la temidísima Semana Nacional de la Evaluación.
Primero de mayo, día del trabajo: nadie trabaja. Cinco de mayo, batalla de Puebla: ¡Quinientas gracias mi general Zaragoza! Diez de mayo, día de las madres: institución sagrada que ha moldeado muchísimo del carácter nacional y al que habrá que dedicarle un post aparte y, finalmente, quince de mayo: día del maestro. Las dos últimas fechas suelen ir aparejadas de un festival con bailables ---lo que resta aún más horas de clase al ya de por sí enclenque calendario escolar--- y una comida para los profesores. En algún lugar de sus oficinas, Pepina y la Profesora musitan: "¡Qué coman bien siquiera un día los desgraciados!"
Como la sota moza, Patria mía,
en piso de metal, vives al día,
de milagro, como la lotería.
Naturalmente, lo anterior quiere compensarse durante el infausto mes de junio que, de acuerdo con el calendario escolar 2007-2008 vigente para las escuelas oficiales y particulares incorporadas en los Estados Unidos Mexicanos con ciclo escolar anual, no presenta un solo día de "suspensión de labores docentes" ni "suspensión programada por sucesión de días inhábiles" ---puente---; de modo que en el último mes de clases, los tutores anhelan transmitir todo el bagaje (no el bagazo) cultural de los contenidos programáticos, más los conocimientos adquiridos durante los tres (sí, ¡tres!) días de Talleres Generales de Actualización para Maestros de Educación Básica y que tomaron en agosto del año pasado. Todo esto para poder descansar ---con la conciencia tranquila por haber cumplido celosamente con el futuro de la Nación---, a partir del viernes 4 de julio...
... ¡Chale!, creo que este post degeneró en una diatriba contra la SEP.

miércoles, 30 de abril de 2008

Sintomatología de la desigualdad I.

1. Las efectos.

Ayer escribía, someramente, sobre cómo nuestra ciudad resuena bajo el tráfago inagotable del caos urbano: desventuras y malandanzas del congestionamiento vial que dura todo el día, la ineficiencia del transporte público y el consabido hacinamiento del que somos cautivos, por deseo propio, al habitar esta megalópolis. Sin embargo, no menos infatigable en el caudal de sus manifestaciones, ni asolador por lo desgastante de sus efectos, es el caos social en el que vivimos inmersos los defeños y que en buena medida podría explicarse como consecuencia directa de su homólogo primeramente citado, si no fuese porque al hacer esto lo estaríamos desponjando de buena parte de su inercia: muy probablemente la falta de planeación y el crecimiento sin límite de la mancha urbana hayan desembocado en una metamorfosis de ciertos aspectos sociales, pero como fenómenos bien delimitados ---y con la certeza que nos brinda el vivir día a día todas y cada una de sus expresiones---, hoy por hoy nadie puede negar que el caos social genera a su vez más caos social y (¿por qué no?) retroalimenta generosamente al caos urbano por haberlo engendrado.


Uno de los aspectos que más frecuentemente atraviesan el imaginario colectivo de esta metrópoli es, sin lugar a dudas, el de la seguridad pública: para algunos, vivir en el Valle de México toma tintes de deporte extremo y para otros, la sola mención de lugares tales como Iztapalapa, Tepito, la Doctores, Gustavo A. Madero, cd. Neza y la Guerrero; evoca todo el espectro de reacciones imaginables: desde la estudiante de comunicaciones de la Ibero o la Anáhuac para quien dichos parajes colindan con la cueva de los 40 ladrones, hasta la víctima del amigo Arizmendi ---sí, el mismísimo mochaorejas--- que fue liberado de alguna casa de seguridad y que ahora escucha la ubicación de ésta con un sudor frío que le recorre el espinazo y un repudio similar al de quien escucha mentar la soga en casa del ahorcado.


Sin embargo, la inseguridad pública en esta ciudad no puede explicarse sin hacer mención de algo mucho más grave y sí, aunque Ud. no lo crea, mucho más ubicuo: estoy hablando de la impunidad.


2. Sus causas.

La impunidad permea todos los estratos de la zoociedad mexicana, es un fenómeno nacional más que local y se desarrolla a partir de la crasa ineficacia del Estado para impartir justicia: a medida que podemos ensanchar los márgenes de la normatividad establecida sin recibir castigo alguno a cambio, nos vamos ensoberbeciendo y engolosinando, de modo que mientras observamos cada vez menos normas ---bajo la mirada cómplice del Estado---, tendemos a enaltecer la cultura del abuso y proclamar la injusticia como valor.


Me explico con un ejemplo: la ciudad de México es la ciudad, no de la esperanza ---como han tratado de hacernos creer---, sino de la reversa. No existe tropiezo o equivocación vial que la reversa no pueda solucionar. ¿Estás atascado en el Periférico y no hay salida a la vista? No te preocupes, échate el "reversazo" en una entrada. Pronto verás cómo algunos automovilistas te tributan el sincero homenaje de la imitación. ¿Te quieres ahorrar una vuelta porque la salida de Viaducto te dejó tres cuadras más adelante de la calle que buscabas? ¡No importa! Precisamente para eso la lateral tiene dos carriles: uno para el tránsito normal y otro para todos aquellos que quieran echarse en reversa, aunque el reglamento de tránsito metropolitano vigente indique en su artículo quinto, fracción cuarta, que los conductores deben "circular en el sentido que indique la vialidad."


(Y nada más para que se den un ligero quemón, la fracción cuarta del artículo sexto del citado reglamento, prohíbe expresamente a los conductores "circular en reversa más de 50 metros (¡!), salvo que no sea posible circular hacia delante."[...] Porque naturalmente, en este caso, ¡Ud. puede exceder tranquilamente los 50 metrotes que la autoridad patrocina! ¿En qué quedamos?)

Después de esto ¿qué sigue? Si podemos, tranquilamente, pasar por encima de los derechos de tránsito de nuestros conciudadanos y, en algunos casos, se nos ensalza por ello ¿por qué no hacerlo con otros derechos? Si en algo tan "inocuo" como echarse en reversa, la misma ley nos dispensa 50 metros ¿no podremos aspirar a ampliar los límites de las demás disposiciones proporcionalmente?
3. Las causas vistas como efectos.
Como bien puede observarse en este ejemplo, la impunidad desembocó en una escalada de privilegios adquiridos a la mala: usos y costumbres que transgreden el derecho de otros y demeritan nuestra calidad humana al ufanarnos de ello; pero que cuentan con cierto grado de aprobación social y/o legal.
Este fenómeno no es aislado y se origina a su vez en la raíz misma de todos nuestros males: la desigualdad.