sábado, 10 de mayo de 2008

Ojo por ojo, todos acabaremos tuertos.

Hoy debería dedicarme a la institución nacional que celebramos los mexicanos el 10 de mayo; sin embargo, el propósito de esta nota es desplegar a la consideración de los lectores dos hechos, aparentemente aislados, y dejar que cada quien obtenga las conclusiones que le vengan en gana.


1. Esta última sí fue mortal.

De acuerdo con lo reportado por el Universal el viernes 9 de mayo, poco antes de las 9 de la mañana, el comandante de la Policía Judicial del DF, Esteban Robles Espinoza, sufrió un paro respiratorio irreversible y dejó de existir como consecuencia del ataque perpetrado por matones al servicio del crimen organizado en las inmediaciones de su domicilio que, de acuerdo con la nota, se ubicaba en la delegación Gustavo A. Madero de nuestra muy noble y leal cd. de México.


(El finado se desempeñó entre 1999 y 2003 como cabeza del grupo antisecuestro de la corporación policíaca citada. Al ser el secuestro una industria sumamente rentable y diversificada en esta urbe, es fácil comprender la tirria y ojeriza que guardaban hacia él todos aquellos que habían prosperado y florecido en dicha empresa, bajo la indiferente mirada del gobierno federal).


Sin embargo, este hecho palidece en importancia ---¡y qué decir en cobertura mediática!---, ante el asesinato, el jueves pasado, del coodinador general de seguridad regional de la Policía Federal Preventiva, Édgar Millán Gómez, en la colonia Guerrero; así como el blindaje armado nunca antes visto, que revistió la visita de Felipe Calderón a Reynosa, Tamaulipas, en el marco de la inauguración del hospital materno-infantil en dicha ciudad (la foto al calce apareció en la primera plana de El Universal) .

Sin embargo, el flamante Secretario de Gobernación aseguró categórico en Chihuahua, durante la reunión del gabinete de seguridad nacional que “la reacción violenta del crimen organizado y la secuela de asesinatos de mandos policiacos en todo el país, así como los enfrentamientos entre bandas de delincuentes son síntoma inequívoco de los logros alcanzados en la lucha contra el narcotráfico”. (cita tomada de la edición electrónica de la Jornada: http://www.jornada.unam.mx/2008/05/10/index.php?section=politica&article=005n2pol . Naturalmente, el subrayado es mío).
Como quien dice, en opinión del que despacha en las oficinas de Bucareli:
¡albricias, albricias, vamos ganando!
Pero ahí no acaba la cosa, en la misma nota citada en el párrafo anterior, el Secretario Mouriño afirmó con respecto a la actitud adoptada por el crimen organizado ante las acciones del gobierno federal: "su respuesta no nos amedrenta".
De modo que cabe pensar que el despliegue militar del que fue objeto el acto público de Calderón en Reynosa, no fue sino un esfuerzo más de la política social del gobierno en turno por llevar a los pequeñines de aquellas latitudes, la marcialidad y gallardía propias del desfile militar del 16 de septiembre y que, como los mexicanos sabemos, se efectúa indefectiblemente en el primer cuadro de la cd. de México.
2. Todo se ha perdido, menos el humor...
El crimen que cobró la vida de Édgar Millán fue presenciado por los dos escoltas que lo acompañaban, Leobardo Plata Hernández y Daniel de la Vega Hernández, que fueron incapaces de repeler la agresión y también resultaron lesionados. El presunto homicida, Alejandro Ramírez Báez, que portaba dos armas ---una de ellas nueve milímetros---, fue trasladado a un hospital de la colonia Roma y aquí es donde comienza la diversión: según algunas fuentes, la atención médica fue necesaria ya que Alejandro presentó malestares físicos derivados de su estado de intoxicación (¿le entró al activo o peor aún, anduvo moneando para agarrar valor?) Sin embargo, de acuerdo con otra versión que circuló en la red, Alejandro tuvo un problema hepático a causa de ciertos golpes que recibió durante el atentado. Uno de los escoltas a quienes hacíamos referencia más arriba, afirmó que a pesar de haber recibido 9 impactos de bala, la mayoría en el tórax, el súper hombre Millán había alcanzado a vapulear a uno de sus agresores con tremebundos ganchos a las regiones blandas. ¿Había decidido acaso, antes de morir, ahorrarle a sus compañeros de corporación la consabida calentadita que pendía potencialmente sobre el inculpado?

2 comentarios:

quique ruiz dijo...

Monsieur Frank, pourquoi n'écrivez-vous plus?

Zazenpan dijo...

Si, es cierto lo que dice quique.