miércoles, 5 de noviembre de 2008

Miscelánea.

1. Sin más preámbulos, la Muerte.

El pueblo mexicano tiene dos obsesiones: el gusto por la muerte y el amor por las flores.
Carlos [Pellicer] (citado por Carlos [Monsiváis]).
Ahora deberíamos preguntarnos ¿qué ocurre cuando dichas obsesiones comparten un epicentro común como en el caso de la noticia que hoy ocupó todos los titulares, a saber, la muerte del delfín Juan Camilo? ¿Cuánta insistencia sobre ésta debe aplicarse no sólo para colmar la curiosidad obsesa de nuestro pueblo, sino para que las virtudes ensalzadas por la caterva política se materialicen más allá de toda duda y éste pueda unirse al unísono que asegura haber perdido a uno de los más patrióticos mexicanos, único héroe a la altura del arte? Porque de acuerdo con lo expresado por el C. Presidente, Felipe Calderón, al país debería embargarlo un sentimiento de pérdida equiparable al que resultó de la independencia de Texas, del Segundo Imperio o, ya de plano, de la guerra del cuarentaisiete.
2. Lo oí por ahí.
8:50 AM: En la línea 2 del metro con dirección Taxqueña, dos hombres gruesos, canos, de piel broncínea y manos callosas se dirigen a su trabajo (o vienen de él). Uno es alto, ligeramente estrábico y viste una chamarra de mezclilla y bufanda, muy gastadas, que contrastan con la integridad novedosa de su gorra de los titanes de Tennessee; el otro, un poco más bajo y enfundado en una chamarra con forro de zalea, lee uno de esos periódicos gratuitos que suelen repartirse en las primerísimas horas de la mañana a la entrada de algunas estaciones. Sospecho que deben conocerse entre sí, porque a diferencia de lo que ocurre con los demás pasajeros en rededor suyo, ninguno de los dos rehuye el contacto de su rodilla con la del otro, originado por sentarse con las piernas abiertas de par en par y como si cada una de sus botas pesara una tonelada. Yo voy sentado frente a ellos.
---¿Ya vistes? ---Dijo el que leía sin apartar la mirada del diario.
---¿Qué? ¿Qué quieres?
---Según esto, México perdió un mexicano inteligente ---aquí vino una pequeña pausa que se repitió sin cambios después de cada elemento de la enumeración---, leal, comprometido con sus ideales y con el país, honesto y trabajador.
---¡Mta! Ora todos son unos pinches santos ---musitó el interpelado asomándose a la plana aludida por su compañero---. Si todos son igual de pinches rateros, yo no sé qué tanto le hacen a la mamada.
3. El espacio para la especulación.
Ahora ¿dónde queda el amor por las flores con que Pellicer caracterizó la mitad de las obsesiones que ocupan al alma mexicana?
Bien podríamos seguir a Monsiváis en su exégesis del tabasqueño y decir que aquél se refleja en el gusto desmedido de los mexicanos por aparecer en las páginas de sociales: a este respecto el delfín Juan Camilo, desde sus días púberes en la más respetable sociedad campechana, parecía acogerse a la divisa de que para allegarse a la portada del Hola, Caras, o ya de perdis la revista Quién, había que merecerlo, no exigirlo. De este modo, siempre lo vimos impecablemente peluqueado, afeitado al ras, perfectamente hecha la manicura, vestido más como broker que como burócrata y extendiendo a cada paso la gloria metrosexual que en un domingo futbolero colmó su desfachatez yendo de pantalón de mezclilla y blazer al estadio olímpico universitario para ver jugar a los pumas (cf. http://quien.mediotiempo.com/lospoliticos/?p=29)
(Definitivamente los mexicanos que rebasan cierto nivel económico corren el riesgo de obsesionarse con el amor a las flores que representan ellos mismos).
Pero ¿qué ocurre con aquellos que no son convidados al banquete de las celebridades y medran en cambio dentro de la masa anónima que constituye la inmensa mayoría de la población? ¿Acaso ellos no sienten esa inclinación por las flores?
La respuesta es a todas luces afirmativa. Sólo que ellos sacian su gusto urdiendo las coronas, ofrendas, arcos votivos y ramilletes que engalan los acontecimientos de la minoría pujante y pudiente de la que hacíamos mención y debe representárselos en nuestra alegoría por el amanuense que redacta la plana de sociales, por aquel gacetillero que interpreta gestos, vocifera modas, anticipa desplantes, sospecha enlaces y, sobre todo, especula... ¿Especula? ¡He aquí una analogía que empata el gusto de los mexicanos por las flores con los jardines colgantes de Babilonia! Porque la especulación es prima hermana de ese deporte nacional que es el chisme y, naturalmente, una situación como la que aquí nos ocupa sirve más que de perlas a los fines de ambos. Ya desde la postura oficial, el C. Presidente nos da la puntilla diciendo en su comunicado de ayer que "mientras tanto, nos atenderemos a la información que vaya surgiendo de las pesquisas correspondientes". ¿Qué? ¿La desolación experimentada ante la pérdida del amigo era tal, que le daban ganas de fabricar unos cuantos culpables para desquitarse aplastándolos con todo el poder del Estado mexicano? Tampoco faltan voces que ya implican al narco y su prurito por deshacerse de José Luis Santiago Vasconcelos ---¡claro! A los muy pendejos se les fue la mano y cargaron también con el segundo a bordo--- y como la cábula no podía faltar, ya hay quien asegura, enarbolando motivos de seguridad nacional, que todo fue un teatrito para proteger a "un hombre cuyo talento, tacto y capacidad estratégica y de diálogo permitió que México avanzará (sic) en muchas de las muy importantes reformas que sean (resic) implementando (¡resic!) en el país y que hizo posible que el Gobierno avanzará (¡¡resic!!) en la consecución de sus objetivos para con los mexicanos."
4. Todo se ha perdido, menos el humor.
De acuerdo con el mensaje dirigido anoche a los medios de comunicación por el C. Presidente, el Gobierno Federal a su cargo "en coordinación con las instancias competentes realizará todas las investigaciones necesarias, a fin de averiguar a fondo las causas que originaron esta tragedia". (Naturalmente, el subrayado es mío).
Porque si hemos de atenernos a la competencia de las autoridades encargadas de las investigaciones y de la consecuente impartición de justicia en este país, nunca podremos estar siquiera seguros de que el Secretario de Gobernación abordó efectivamente el avión accidentado ---aunque los medios electrónicos ya hayan difundido imágenes que prueben lo contrario--- y no dudemos que pueda estar departiendo en Acapulco con Pedro Infante.
* * *
La versión estenográfica del referido mensaje (no exenta de los errores garrafales ya evidenciados) puede consultarse en:

3 comentarios:

Alegría Bulliciosa dijo...

No inventes.. ¿de verdad vienen todos esos errores en el discurso? Qué mal estamos, ¿pues a quién escogió el babas de Calderón para que le escribiera sus discursos? Se supone que la Presidencia de la República contrata -ahora sí- a personas competentes para que le eviten al primer mandatario del país, pasar por este tipo de vergüenzas... Con razón pasan los accidentes como el avionazo, porque sus asesores son igual, o más, de ignorantes e incompetentes.

Alegría Bulliciosa dijo...

E'veldá, los errores no son de quien hizo el discurso, sino de quien lo reprodujo en la versión estenográfica, aún así, lo de la incompetencia e ignorancia de los asesores, y de los mismos políticos, no está en entredicho...

Unknown dijo...

Nunca lo ha estado, menos en este gabinete en el que parece privar el amiguismo y el compadrazgo por parte del C. Presidente para designar a los S/s(ecretarios).